Persona quiere decir máscara,
y cada uno de nosotros tiene muchas.
¿Hay realmente una verdadera que pueda expresar la compleja, ambigua y contradictoria condición humana?
Siempre es terrible ver a un hombre que se cree absoluta y seguramente solo, pues hay en el algo trágico, quizás hasta sagrado, y a la vez horrendo y vergonzoso.
Siempre llevamos una máscara, que nunca es la misma sino cambia para cada uno de los lugares que tenemos asignados en la vida: la de profesor, la del amante, la del intelectual, la del héroe, la del hermano cariñoso.
Pero ¿qué máscara nos ponemos o que máscara nos queda cuando estamos en soledad, cuando creemos que nadie nos observa, nos controla, nos escucha, nos exige, nos suplica, nos intima, nos ataca?.
Acaso el carácter sagrado de ese instante se deba a que el hombre está entonces frente a la Divinidad, o por lo menos ante su propia e implacable conciencia. ¡Cuántas lágrimas hay detrás de las máscaras! ¡Cuánto más podría el hombre llegar al encuentro con el otro hombre si nos acercáramos los unos a los otros como necesitados que somos, en lugar de figurarnos fuertes!
Si dejáramos de mostrarnos autosuficientes y nos atreviéramos a reconocer la gran necesidad del otro que tenemos para seguir viviendo, como muertos de sed que somos en verdad; ¡cuánto mal podría ser evitado!...
(Ernesto Sábato)
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