El sufrimiento es una bendición. Aunque para la mayoría suele resultar y parecer una maldición.
Es una bendición para todos aquellos que saben aprender la lección que el sufrimiento conlleva.
Es una maldición para quienes tienen como meta y objetivo único en su vida gozar y no sufrir y consideran la vida y el mundo como el escenario y la morada del placer inmediato y sensible.
Pero la vida no es eso.
Cualquier clase y grado de sufrimiento lleva consigo una enseñanza apropiada a cada momento y situación. Cualquier dolor, cualquier prueba, cualquier contratiempo, cualquier pena y sufrimiento nos quiere decir y enseñar algo. Y una enseñanza de vida es una gran bendición.
Pero no es suficiente para que cualquier sufrimiento tenga un sentido didáctico. Es necesario saber sacar la lección. Una frase escrita puede tener una gran enseñanza. Pero no sirve de nada si no se sabe o no se quiere leer.
Cualquier prueba, dolor o sufrimiento es la lección clara de que eso es a lo que estamos apegados y hemos perdido total o parcialmente, no debe ser objeto de nuestro apego posesivo y obsesivo. Cualquier clase de sufrimiento nos enseña a soltar, a dejar, a desapegarse, a no depender de algo que está ahí, quizá para nuestro uso o para otros infinitos fines y motivos pero no para que nos quedemos apegados y dependientes de ello.
Sufre el que quiere.
Sufre el que quiere mantenerse apegado a algo.
Cuando este algo, objeto de su apego le falta o teme que puede faltarle surge el sufrimiento.
Por más que una persona ate, reate y trate de asegurar aquello a lo que está apegada, tarde o temprano le ha de faltar y vivirá siempre bajo el temor de que puede faltarle. Este temor es ya en sí mismo un constante sufrimiento.
Solamente logra no sufrir el que no está apegado a nada ni a nadie.
Cuando una persona es afectada por el sufrimiento de algo que ha perdido o cree haber perdido y sabe sacar la lección de que su vida, su ser verdadero es mucho más grande, más rico, más fecundo y más feliz que ese apego que ha perdido o teme haber perdido, su sufrimiento se convierte en el mayor de los bienes, en la mayor de las bendiciones.
Para quien no sabe aprender de la vida, el sufrimiento va multiplicándose en cada situación de fracaso o temor.
Son muchos los que tratan y se esfuerzan para que su vida sea una constante suma de placeres, satisfacciones y éxitos. Ese parece ser el objetivo más codiciado por la mayoría. Pero en la vida de todos y también de estas personas hay momentos en que la conciencia surge de su letargo y aparece con toda su lucidez mostrando la futilidad de tanto trabajo y empeño por correr permanentemente tras el brillo vano del placer y el éxito. Entonces se ve y se comprende la transitoriedad y vacuidad de todos los objetos de nuestro apego o surge amenazante el temor de perder todo aquello en lo que se apoyaba nuestra dicha.
Solamente el que aprende la lección que la Vida le da con cada prueba, pasa entre los sufrimientos y placeres con la serena y segura certeza de que su felicidad está más allá de los unos y de los otros. Ni los placeres le deslumbran y enloquecen de alegría ni los sufrimientos le deprimen o entristecen. Él vive ajeno a unos y otros porque sabe que no está ahí para huir del dolor ni correr tras el placer. Sabe que vive únicamente para ser expresión viva de Lo Que Es. Y eso es mucho más que todo lo transitorio que pueda desear temer, sea placentero o doloroso.
Es afortunado aquel a quien La Vida sacude y golpea en algún momento con alguna decepción o desgracia y lo lleva a buscar el verdadero sentido estable de sí mismo más allá de todo lo temporal y contingente, en lugar de seguir adormecido y engañado en las momentáneas y ficticias alegrías pasajeras.
Quien prefiere la inmediatez aparente y momentánea del placer transitorio seguirá adormecido e impedido para la búsqueda de algo mejor, de lo único que es permanente y la auténtica causa de nuestra felicidad.
Entender esto que estamos diciendo es ,al menos estar en el camino de la búsqueda. Y progresar en este camino significa no correr constantemente persiguiendo el placer como el burro tras la zanahoria.
Quien quiere sincera y honradamente vivir la libertad verdadera con un sentido claro de su existencia sabe que placer y dolor, pena y alegría son dos caras de la misma moneda. Son dos aspectos aparentemente opuestos de la existencia limitada, tras la que se esconde el Ser Absoluto y a través de la que se expresa en sus infinitas formas El que es la base de todo y dirige todo con sabiduría perfecta. El está presente, gobierna y dirige todo cuanto existe tanto lo que nos resulta agradable, placentero y positivo como en lo desagradable, penoso y aparentemente negativo. Este Ser que es la Conciencia Pura y Absoluta se manifiesta de un modo especial en la conciencia humana de cada hombre y mujer. Pero el nacimiento del "ego" individual en el ser humano (pecado original) hace que la mente egoísta acepte y califique de bueno lo que le es placentero y de malo lo que le resulta desagradable. La conciencia interna con su luz interior todo lo ve proveniendo de la misma mano, con la misma sabiduría y la misma infinita bondad.
Por todo ello, la persona iluminada y conducida por la voz interior de su conciencia profunda se siente siempre libre de temores y deseos porque sabe que la moneda es siempre la misma tanto caiga de cara como de cruz.
Por eso es libre el que está liberado de la pulsión hacia el placer y del miedo y aversión al dolor. Y considera tanto el placer como al dolor como dos extraños impostores que quieren adueñarse de la dirección de su existencia.
Cuando los psicólogos hablan de las fuerzas que arrastran y zarandean a los seres humanos de aquí para allá suelen referirse a la tendencia innata, ciega e irrefrenable hacia el placer y la natural aversión al dolor.
Esa tendencia suele ser calificada como natural y normal en el ser humano. Pero es tendencia natural solamente de la materia sensible, de la parte biológica, del cuerpo del ser humano como lo es de cualquier materia viva sin conciencia de sí misma, sin conciencia de su propia naturaleza.
Pero esa tendencia no resulta ni natural ni normal en la persona que ha despertado en su conciencia interior, en lo que es más específicamente humana. Entonces, la comprensión de que placer y dolor, blanco y negro, positivo y negativo son aspectos diversos pero propios, naturales y normales de todas las infinitas formas de manifestación del SER (Dios) hace que unos y otros sean igualmente bienvenidos sin rechazar lo que aparece como desagradable ni desear con apego lo agradable.
No hay tendencia más verdaderamente humana que la de querer ser, vivir y realizar lo que en el fondo SOMOS, lo que siempre fuimos en origen y lo que jamás dejaremos de ser.
Es la tendencia a vivir el SER, el Absoluto que somos en el fondo. Es la tendencia al paraíso de la felicidad que somos y del que salimos y lejos del cual hemos vivido exiliados en el desierto repleto de falsos espejismos que se nos aparecen como si fueran la Realidad.
Es evidente que la causa de nuestros sufrimientos suele residir en los muchos deseos que alberga nuestro "ego" y en los temores consiguientes.
Pero como en tantas otras cosas, caemos en el absurdo de querer eliminar los efectos sin quitar las causas.
Mientras vivamos encarnados en un cuerpo tendremos un "ego" que regule nuestra vida existencial. Pero el desarrollo de la madurez humana, es decir, el desarrollo y evolución de la conciencia de sSí mismo, de lo que somos en nuestra naturaleza profunda, hace que el ego quede reducido a su lugar, a su propio objetivo que no es otro que el mantenimiento del cuerpo y la personalidad. Solamente eso.
Cuando por el contrario no hay el suficiente desarrollo de la conciencia en una persona, el "ego" asume la dirección total y absoluta de la persona y queda atrapada por los infinitos deseos absurdos sin orden ni medida. La vida entonces se convierte en una carrera alocada de deseos y más deseos y por ende, de temores sin fin. El "ego" es entonces el dueño de esa vida.
Así puede establecerse esta sucesión de causas y efectos: A mayor "ego" más deseos y temores. A más deseos y temores, más sufrimiento.
Dicho de otra forma: Si quieres eliminar tus sufrimientos, elimina los deseos y temores. Para eliminar los deseos y temores, controla el "ego" y redúcelo a su función propia y exclusiva. Y para controlar el "ego", toma conciencia de ti mismo, de tu realidad central, de tu yo Superior.
Pero ante la realidad actual del sufrimiento ¿qué hacer?
Ante todo ACEPTARLO.
Aceptarlo no quiere decir simplemente resignarse porque no hay más remedio.
Aceptarlo quiere decir tomar conciencia de que ese dolor está ahí porque tiene que estar.
Aceptarlo quiere decir que estamos convencidos de que ese sufrimiento es justo, que es la consecuencia lógica y normal de ciertas causas, aunque de momento sean oscuras o desconocidas para nosotros.
Aceptarlo es decirlo SI sin quejas ni lamentos inútiles.
Aceptarlo quiere decir que sabemos que Dios está con nosotros y preside tanto los momentos de alegrías profundas como los de amargo sufrimiento.
Dios no es sólo el Dios del radiante amanecer sino también el de la noche oscura. Dios de las flores y del cieno, Dios de las tormentas devastadores y de los días primaverales de calma, Dios de las profundidades osucras de monstruos marinos y de los pajarillos juguetones en la enramada, Dios en el rostro candoroso e inocente del niño y en el instinto oscuro del violador y asesino, Dios en el inocente cordero devorado y en el león feroz su devorador.
La ventaja de aceptar el sufrimiento es doble. En primer lugar al aceptarlo, el sufrimiento disminuye y hasta desaparece. En segundo lugar nos señala el camino para nuestra propia evolución y madurez.
La vida toda hasta en sus más nimios detalles tiene un sentido didáctico. Aprender de ella es entender su sentido.
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