Hay muchos métodos educativos. Se dan muchas conferencias sobre educación. Se escriben libros. Se organizan congresos.
Respetando la buena voluntad y la ciencia y el conocimiento pedagógico de los escritores, pedagogos..., parece que algo importante está fallando en dicho trabajo por la desproporción entre el esfuerzo y los resultados. Escasos y transitorios resultados que se obtienen.
Yo también he sido invitado muchas veces a dar conferencias sobre la educación de los hijos.
Pero nunca he hablado sobre el tema propuesto.
Hablo a los padres, no de la educación de los niños, sino de la educación de los padres.
Sólo podemos hablar de la educación de los niños y adolescentes hablando de nuestra propia educación. Sólo educaremos educándonos antes nosotros.
Me parece que cuando damos recetas, reglas, normas para educación de los niños, estamos huyendo de lo más importante, aunque no parece lo más inmediato. Pero lo es.
Rehuimos enfrentarnos con nosotros mismos.
Incluso nuestro modo de proceder me parece poco honrado.
Parece como si los padres y educadores tuviéramos que estar constantemente disculpando nuestras actitudes incongruentes con aquello de haced lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen.
Esto en la instrucción o transmisión de conocimientos puede ser válido.
Pero esto nunca será válido en la verdadera educación: ayudar a los niños a ser personas libres, creativas, conscientes y amorosas.
Eso sólo puede transmitirse cuando se vive.
Sólo podemos educar cuando estamos educados. Solamente entonces.
Lo demás son palabras vacías, muertas.
Por eso los resultados suelen ser tan escasos y deficientes.
En la verdadera educación sólo se puede hablar con palabras vivas, palabras que tienen una correspondencia en la vida.
Al leer esto, algunos quizás comprenderán el por qué de la ineficacia de tantos consejos, tantas conversaciones, tanto rollo, tanto bla, bla, bla.
Otros pensarán quizás en un afán de justificarse o justificar lo que se hace, que algo hay que hacer y que esos consejos algo dejan, algo hacen.
Pienso que tal educación con palabras muertas hacen algo.Sí. Algo muy grave: crear en el educando, en el niño, un sentido de hipocresía, de inautenticidad, de desconcierto al ver en esas personas que él tanto aprecia, esa incongruencia entre lo que le dicen y hacen.
Así los padres transmiten a sus hijos la naturalidad en el mentir, disimular, engañar y ser incongruentes en la vida.
¡Qué lejos está esa actitud falsa, de la clara, transparente, ingenua, natural y espontánea expresión con palabras y gestos del niño aún no maleado por nuestra educación!
Sólo hay un camino para educar: educarse, y vivir con transparencia lo que queremos que vivan los niños.
Todo lo demás será muy académico, muy científico, muy de conferencias para quedar bien. Pero poco efectivo.
Lo que los hijos ven en sus padres y la veces también oyen es que lo único importante es saber más, para producir más y ganar más dinero. Muchos padres se sienten muy orgullosos cuando ven que sus hijos han asimilado bien esta lección.
Educar para producir más y tener más.
Eso también se inculca en medios y ambientes públicos y oficiales.
No es que yo está en contra de la producción y el tener dinero.
Lo malo está en proponerlo como objetivo principal de la vida.
Luego estos niños, convertidos en hombres no tendrán ningún reparo en pisotear y avasallar, con tal de conseguir su objetivo: tener más. Tener éxito, tener dinero.
Si queremos educar de verdad a los niños hay que empezar por lo primero: educarse y vivir lo que queremos transmitirles.
No bastan las palabras. Es necesario el ejemplo de vida con una gran dosis de amor verdadero.
Aún diría que las palabras sobran.
Es duro y difícil enfrentarse con nuestros inveterados hábitos, nuestras creencias, nuestras formas de vida.
Pero quizás haya que enfrentarse con eso o algo más.
Y es necesario educar para que el niño se sienta libre y no dependiente.
Educar en libertad y para la libertad.
Si queremos que los niños de hoy no abusen mañana de la libertad deberán ser educados en libertad para la libertad.
Los que peor usan la libertad son los que menos la ha tenido.
Educar a una persona es ayudarle a que sea libre, con verdadera libertad interior sin dependencias externas o internas, libertad consciente y amorosa.
Y esto, libertad, conciencia y amor no son asignaturas que se puedan aprender en un texto.
Sólo se aprenden en la vida de aquellos a quienes se admira y se ama.
Me contaba una psiquiatra amiga que cuando logró que una madre impositiva y dominante dejase en libertad a sus hijos ya mayores, los gritos y peleas de la casa habían desaparecido, Había más paz y armonía. Pero aquella madre prácticamente se quejaba luego de que aquello parece ahora un cementerio. Estaba tan acostumbrada a mandar con gritos y peleas que no se resignaba a este modo de vivir en paz. Ya no podía satisfacer su afán impositivo y dictatorial.
Un hombre y una mujer que no tengan desarrollados sus órganos genitales, no pueden tener hijos físicamente.
Y los padres que no tienen desarrollada su personalidad madura ¿pueden moralmente tener hijos?
En lugar de hablar tanto a favor o en contra del divorcio debería hablase más de cuándo un hombre y una mujer están capacitados para unirse y tener hijos.
Nadie será educador si cada día no se educa a sí mismo.
La mejor manera de educar es educarse y vivir lo que queremos enseñar.
Hay padres y educadores que pretenden pasar y parecer como progresistas, despreocupándose de sus educandos. Dejándolos abandonados a su propia suerte.
No. La educación en libertad para la libertad no es sinónimo de despreocupación, sino todo lo contrario.
La educación verdadera hace ver qué es lo constructivo y qué lo destructivo.
La educación verdadera hace tomar conciencia según los niveles de los educandos de su responsabilidad al construir o destruir, al amar u odiar, al ser o no ser, la hacer u omitir.
Y esto se hará a veces con palabras. Pero siempre con la propia vida.
Los niños, por pequeños que sean, lo entienden mejor de lo que pensamos nosotros.
¿Queremos educar?
Eduquémonos de verdad.
Comentarios
Publicar un comentario