Somos el Espíritu. Somos Amor.
Cuando en el proceso de vivir recibimos un daño, este abre una
herida en nuestro interior. Y a causa de los daños que hemos
recibido, hemos desarrollado dentro de nosotros un enemigo formidable:
el miedo. El miedo es un veneno que contamina nuestra vida; un demonio
que nos hace gritar de espanto ante la vida, ante sucesos por los
cuales podríamos cantar de gozo, si estuviéramos libres de él.
El miedo es un Amor golpeado.
El miedo es ambas cosas: el efecto de un daño, y la causa de otros
daños. El resultado de que te hayan golpeado, y el motivo por el cual
golpeas. El miedo va siempre emparejado con el daño.
Se ha enseñado en épocas recientes que todas las emociones que
experimenta el ser humano pueden ser catalogadas bajo dos grandes
grupos. Un grupo sería el de las emociones que provienen del Amor.
Otro grupo sería el de las emociones que provienen del miedo.
En realidad, el Amor es nuestra naturaleza, es nuestra esencia y
nuestra energía real, natural.
El miedo, por otro lado, tiene una existencia condicionada: surge a
partir de los daños que el amor sufre.
Una forma en la que el miedo contamina nuestra vida surge cuando
resultamos dañados por nuestros semejantes o por las circunstancias
de la vida. Pérdidas de seres queridos, sufrir escasez, humillación,
o violación, etc., pueden ser causa de que el corazón se cierre para
protegerse. Estos daños terminan socavando la expresión de lo que
somos, bloqueando y enfermando nuestra energía. Como has sido
dañado, levantas murallas que te impiden recibir el amor que viene
del exterior (porque podría venir acompañado de dolor), y también
bloqueas la expresión del amor que brota de tu interior (porque crees
que expresarlo te hace vulnerable al daño).
Otra forma en la que el miedo toma posesión de nuestra vida es a
través de las mentiras. Las mentiras son creencias que nuestra mente
adopta como certezas sin que exista una experiencia o una observación
que las respalde. “Haz lo que yo te digo, porque si no lo haces
sufrirás un castigo eterno”. ¿Cómo aceptamos tener miedo a algo
que desconocemos? Lo aceptamos al asociarlo con algo que sí
conocemos. “Imagínate el peor dolor de tu vida y multiplícalo
infinitamente: eso es lo que te pasará si me desobedeces”. Eso
sería terrible, desde luego, así que entregamos nuestra vida a
creencias y hábitos que no tienen sentido para nosotros, con el
objetivo de evitar un sufrimiento que sólo existe en nuestra mente.
Al actuar y reaccionar de este modo, nos envenenamos y flagelamos
desde dentro. No hizo falta que el golpe fuera tangible.
De forma que aceptamos pasar la vida sufriendo incesantemente con el
objetivo de evitar el sufrimiento eterno, qué ironía ¿no?
El camino que queremos andar lo elegimos nosotros.
Sin importar el camino que queramos andar, o los actos específicos
que queramos ejecutar, siempre podremos andar nuestro camino de dos
formas: con Amor o con Miedo.
Hay quien diría, incluso, que existen el camino del Amor y el camino
del Miedo en sí mismos.
La Gracia de Dios y el castigo de Dios. Y somos nosotros quienes
decidimos bajo cual nos cobijamos, cómo queremos interpretar la Vida
y pensar acerca de ella.
Caminando bajo la Gracia tomas tus decisiones con libertad, sabiendo
que aprenderás en el camino y que podrás abandonar cuando quieras
las acciones negativas. Por acciones negativas, quiero decir, aquellas
acciones cuyos resultados te trajeron sufrimiento. Bajo la Gracia,
bajo el Amor, tienes Libertad para actuar y Responsabilidad por los
resultados de tus acciones, pero no castigo.
Caminando bajo el Castigo, o el Miedo, te conviertes en una marioneta
de los demás, y en un esclavo de las mentiras que ocupan tu mente.
Bajo el miedo, tienes represión y la creencia de que eres bueno
porque sufres mucho; pero no tienes Alegría, Responsabilidad, ni
Libertad. Es posible, incluso, que al actuar con miedo cometas más
acciones malsanas, porque nunca observarás directamente los
resultados sensibles de tus acciones.
Nosotros tenemos siempre la capacidad de Decisión.
Nosotros aceptamos que nos dañen. Por debilidad, por ignorancia, por
estupidez, por ser “buena gente”, etc., nosotros hacemos nuestro
el dolor de otros. Somos nosotros quienes decidimos abrir nuestro
corazón al dolor, al daño.
Somos nosotros quienes decidimos también seguir dando alojamiento al
daño.
Y siempre podemos decidir dejar de abrir las puertas de nuestro
corazón al daño. Podemos elegir dejar de tomar prestado el dolor.
Podemos elegir también, repeler el daño que alguna vez aceptamos. Y
sanar nuestras heridas. Y restaurar nuestro equilibrio. Y sanar
nuestro amor. Y sanarnos a nosotros mismos.
Habiendo tanto Amor y tanto Gozo a nuestro alrededor, ¿Porque
querríamos tomar el miedo y el dolor?
No nos dejemos engañar. El impulso de evitar el dolor y el daño en
nuestras vidas es cuestión de tener sentido común, no de tener
miedo. Los animales lo saben. La necesidad de mantenernos sanos y a
salvo del daño es parte natural de la vida. El miedo, por otro lado,
es un veneno que contamina nuestro interior y paraliza o enturbia
nuestra capacidad de elegir. El Espíritu lo sabe. El cuerpo lo
siente. Son cosas diferentes.
Somos Amor, y somos Libertad. Pero estamos heridos, y algunas de esas
heridas se han infectado.
Volver a nuestro estado original (Ser Amor y Libertad, y expresarnos
libres y amorosos) requiere que sanemos nuestras heridas y renunciemos
al veneno. Ése es un acto digno de verdaderos guerreros espirituales.
Ser un guerrero…Recuperar tu herencia…Convertirte en quien eres en
realidad…Vale la pena luchar por ello. Vale la pena vivir y morir
por ello. De todas formas vamos a morir. Muramos luchando una lucha
digna de nuestras fuerzas…viviendo una vida digna de ser vivida.
Recupera tu poder. El miedo, como enemigo, puede tener mucha fuerza e
innumerables facetas. Puede ser, incluso, que nos de miedo enfrentar
al miedo.
Recordemos un hecho fundamental: sin importar qué tan fuerte o
multifacético sea el miedo que tenemos, actúa siempre con nuestro
propio poder. Por definición, por lógica, por naturaleza, el miedo
no puede tener más fuerza de la que tenemos a nuestra disposición;
no puede ser más fuerte que nosotros, porque ningún parásito puede
chupar más sangre que la que tiene el organismo que lo hospeda. El
trabajo, por lo tanto, consiste solamente en reclamar nuestro poder de
vuelta. En renunciar al miedo y en repeler de nuestro interior el
daño, con todo nuestro poder. Con todo nuestro poder.
Con ignorancia y cobardía cedimos nuestro poder.
Con Sabiduría y Valentía lo reclamamos de vuelta. Así lo
recuperamos.
¿Cuál Poder? El Poder de la Vida que Dios puso en nosotros. Y el
Poder de Elegir, y poder hacer de Ella una obra de arte gozosa.
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