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El 1 en el ENEAGRAMA...


La Ira

Todos conocemos personas justas, dignas, esforzadas y amigas de decirnos lo que debemos hacer, bajo el disfraz de la sugerencia o del consejo que, de alguna manera, nos hacen sentir culpables o, cuando menos, niños regañados o alumnos imperfectos. Son las personas clasificadas en el Eneagrama de la personalidad como "unos". Corresponden al tipo de persona justiciera, cuyos correctísimos modales y, muchas veces, voz meliflua ocultan una ira contenida por el tabú de la violencia. "Nunca jamás la violencia", al menos abiertamente manifestada, podría ser uno de sus eslóganes. Su arma más utilizada: la crítica hacia los demás y, a veces, la autocrítica. En cualquier caso, el otro siempre queda en posición de inferioridad, por no alcanzar el modelo de perfección ideal.

En su infancia solían ser niños o niñas buenas, que se tragaban su rebeldía y, ajustándose a las normas, conseguían ser modelos para los demás. Una manera como otra de conseguir amor y aprobación, pero a cambio de un precio altísimo: traicionar su espontaneidad y su anhelo de disfrute de la vida. Para ello, debieron construirse un falso mundo ideal y perfecto al que ajustar todos sus pensamientos, sentimientos y acciones. A medida que crecían se iban dando cuenta de que el mundo no era como les habían dicho, como ellos se lo habían pintado; empezaron a acumular resentimiento, oculto muchas veces bajo el apego a las reglas y al orden, el predominio del deber sobre el placer, la inflexibilidad moral y un alto concepto de sí mismas, casi siempre en contradicción con su afán de perfección.

Quien no haya convivido con un "uno" difícilmente se dará cuenta de que tanto deseo de perfección y tanta valoración excesiva de la virtud ocultan un oscurecimiento del Ser. Como muy bien apunta A.H. Almaas, que se inició en el eneagrama con Claudio Naranjo, la virtud correspondiente a esa ira reprimida y basada en su creencia en la imperfección del mundo y de los demás es la Perfección Sagrada: la realidad es perfecta en este instante tal como es en sus múltiples facetas y aparentes contradicciones. Ésa es la distorsión cognitiva del iracundo: que la Realidad nunca se acerca al ideal de realidad que ha formado en su mente, que desea para sí y para los demás, porque toma la parte -sus deseos- por el Todo, la Realidad tal cual Es.

Claudio Naranjo pone de relieve que los autores cristianos pensaban que la ira era uno de los obstáculos para la virtud, sin advertir que, precisamente, bajo la apariencia de virtud es como encuentra la ira inconsciente su forma de expresión más característica. Exceptúa a San Juan de la Cruz que, en su "Noche oscura del alma" describe con exactitud el pecado de la ira de los novicios espirituales que "se airan contra los vicios ajenos con cierto celo desasosegado... les dan ímpetus de reprehenderlos enojosamente, haciéndose ellos dueños de la virtud... Hay otros que cuando se ven imperfectos... se airan contra sí mismos... tienen tanta impaciencia, que querrían ser santos en un día". En cualquier caso, el "uno" se ve altruista y su impaciencia es sólo la de aquel que desea la justicia y el orden para todos.
Sería simplista meter a todos los "iracundos contenidos" en el mismo saco. Los hay perfeccionistas que sufren y hacen sufrir a los demás intentando que todo lo que hacen sea perfecto, obsesivos por el orden e incapaces de delegar tareas, porque nadie las hace tan bien como ellos. Los hay perfeccionadores que nunca están satisfechos con lo que hacen: la carne podría haber estado más en su punto, al pescado le podrían haber puesto un poco más de eneldo, la raya del pantalón les salió un poco torcida... El problema es que esa insatisfacción de no dar nunca la talla de su ideal la transfieren a las personas con las que trabajan o conviven: todo lo que éstas hacen, siempre lo podrían haber hecho un poco mejor con solo un poquito más de esfuerzo y mejor voluntad. Pero también están los perfectos: ellos lo hacen todo mejor; su mecanismo preferido es la proyección: el mundo iría mejor si todos pensasen y actuasen como ellos. La causa de su infelicidad son los demás o, como diría Sartre, "el infierno son los otros". En lugar de responsabilizarse de sus deseos -"yo quiero"-, simplemente afirman: "tú debes".

A un "uno" le encantaría ser juez, fiscal, inspector de Hacienda, maestro y, en otros tiempos, estaría muy a gusto en la piel de un inquisidor o de un cruzado. Un buen ejemplo oriental de este tipo de carácter sería Confucio, maestro y predicador de la piedad filial, las virtudes sociales y la obediencia al Estado. En Occidente, tal vez el más influyente de los personajes históricos con este tipo de carácter sea Martín Lutero, quien, según Erik Erikson, por la ira que le producía su padre, fue capaz de desafiar al hombre más poderoso de su tiempo, el Papa, y crear todo un movimiento religioso, filosófico, político y social basado en la crítica a la corrupción de la Iglesia católica romana.

Socialmente, este primer tipo del eneagrama podría ser ejemplificado por el carácter anglosajón victoriano del siglo pasado, encorsetado en rígidas normas legales y sociales, autocomplaciente, menospreciador de las culturas ajenas, impulsado a salvarlas de su "ignorancia" y "salvajismo". La enorme violencia soterrada queda velada por los buenos modales y un aparente comportamiento flemático. La "justa indignación" ante los "desmanes" ajenos, tal vez aquellos que ellos no se permiten, pero que desean desde lo más profundo de sus impulsos reprimidos, puede adoptar actitudes que van desde marginar al "desviado" hasta imponerle la pena capital con toda justificación y la mejor buena conciencia, para "cortar el cáncer social de raíz". Un personaje de película que representa muy bien este tipo de carácter sería el padre de los niños que tiene que cuidar Mary Poppins, siempre apegado a su reloj, sus horarios y sus normas perfectas e inflexibles, su orden impecable: la costumbre inmemorial y los sólidos principios éticos y sociales convertidos en ley irrevocable. En la única realidad.

En definitiva, los "unos" han olvidado sus verdaderos impulsos y deseos en aras de hacer lo correcto, que es la medida de su autoimagen, lo que les da valor a sus propios ojos. Un buen vino deberá reservarse para un día de fiesta o una ocasión en que haya que agasajar a unos amigos, pero jamás tomársela para alegrarse un poco un día malo o monótono. Unos bombones deberán ser compartidos; si se toman a solas, tendrían que justificarse para liberarse del sentido de culpa. El placer por el placer es tan tabú como la manifestación de la ira. Si la manifiestan, tal vez habría que tomarlo, según los casos y las circunstancias, como un paso adelante en la sanación. Por ello, es raro ver a muchas personas de este tipo en terapia: ello significaría reconocer que algo va mal o que ellas mismas no son capaces de solucionarlo haciendo los ajustes necesarios y, sobre todo, correr el riesgo de perder el control de sí mismas al que se han aferrado como forma de no verse sobrepasados por su pasión no reconocida: la ira. Cambiar de pautas de conducta significaría replantearse la imagen del mundo y de sí mismas que tan esforzadamente han elaborado día tras día, cada uno de los años de su vida.

Simplificando un poco, a un uno podría hacerle evolucionar la convivencia con un "siete" goloso y hedonista, si éste no muere antes en el intento. También, cambiar las múltiples responsabilidades que se impone a sí mismo por prioridades reales y realistas; cuestionarse sus normas internas; aceptar que "lo mejor es enemigo de lo bueno"; abrirse al sistema de valores de otras personas; escuchar y atender sus auténticos impulsos de placer; diferenciar entre el "debería" y lo realmente deseable; atender a lo central y olvidarse de lo periférico, de los detalles "imperfectos"; pero, sobre todo, ENTREGARSE A LA REALIDAD, TAL CUAL ES, AQUÍ Y AHORA, Y ABRIRSE A LA VIDA COMO ÉXTASIS Y NO COMO TAREA.


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