Si analizamos el significado de estas dos palabras, “proceso”, que significa tiempo y cambio, y “aceptación”, que quiere decir dejar de pelearme con la realidad cuando no es como yo quisiera, entonces no me queda otro remedio que decretar, que estoy en pleno proceso de adaptación.
En psicología se dice que todas las etapas y el proceso del duelo se dan en cualquier tipo de pérdida, porque cada pérdida conlleva un cambio.
Cada persona es única y exclusiva pero todas seguimos un parecido patrón de conducta. Hay un punto cero, también llamado de Inicio o Retirada. Se da cuando hay un estímulo que todavía no tiene relación con la persona. Luego llega la “situación” y entonces tengo una sensación, siento algo. La información me llega por mis diferentes sentidos. Después de estas sensaciones “me doy cuenta”, tomo conciencia de lo que está ocurriendo, percibo qué ha estimulado mis sentidos, y es entonces cuando se movilizan mis emociones. Puede que me asuste, o que me angustie, o tal vez me guste.Puedo sentir placer o temor por el final de ese encuentro. Las emociones se transforman en acción, la energía que se moviliza pugna por salir y me obliga a actuar. Puedo asustarme e irme, o tal vez ocultar mis emociones y esconderlas o, no sé…. Llevar a cabo cualquier otra acción. Y este es el punto clave. Porque es la oportunidad de establecer un contacto, una relación concreta con ese estímulo externo. Y después de un tiempo (x) y por motivos varios (resolución de la emoción, agotamiento del ciclo) tengo que despedirme y retirarme. Aceptar la pérdida de lo que fue. Alejarme para volver a empezar.
Suena simple, ¿verdad? Pero qué difícil es…
Aprender a recorrer este ciclo sin estancamientos es todo un duro y arduo aprendizaje.
En la aceptación de la pérdida hay una elaboración de duelo. Es un camino que tenemos que recorrer para comenzar de nuevo, para dejar atrás y poder caminar sin muletas. Nuestro desarrollo va a depender de cómo nos enfrentamos a esas pérdidas. Son experiencias que determinan nuestra manera de ser. Porque me guste o no, voy a ser abandonada por cada persona que quiero, por cada cosa que poseo, por cada situación que llega a mi vida, porque yo también abandonaré personas, cosas y situaciones… es inevitable… Y no penséis que digo esto para no comprometerme. Sé que mucha gente cree que no aferrarse es no comprometerse. Estoy haciendo esta reflexión en un momento de bastante lucidez, porque últimamente no he tenido “muchas luces”, pero en este instante sí, por eso me ha apetecido escribirlo. Para recordarlo, para recordármelo a mí misma, porque a veces se me olvida. Y me aferro. Me niego a soltar lo que fue, lo que ya no está en mi vida, lo cual no me deja elaborar mi proceso de duelo y así volver a empezar. Yo no quiero caer en el otro extremo, tampoco. No quiero ser una de tantos/as que intentan evitar el sufrimiento del duelo no comprometiéndose afectivamente con nadie. No. No quiero que para no “sufrir” de más, llegue a “amar” de menos. No. Quiero aprender a soltar lo que ya no está en mi vida. Quiero aprender a hacerlo siempre que llegue el momento de la pérdida… Porque la forma más comprometida de vivir, es no apegarse. Es disfrutar del momento mientras dura y tomar la decisión de dejarlo ir cuando se termina. Y mientras eso no ocurra, ser TODO compromiso.
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