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La Ceremonia de “REZOS”

Un Árbol que ya no es un árbol. Trozos de tela ondeando al viento, con cuatro distintivos colores de profundo simbolismo, la ceremonia de “Rezos” o pedidos al Universo y la Naturaleza es una recuperada costumbre ancestral mexika. Practicada en el contexto de las Danzas del Sol, la “tonal Mitiotlanilitztli”, también se lleva a cabo en “kalpullis” y centros de preservación de la antigua cultura anahuacana. Y brinda la oportunidad de comulgar los más profundos deseos personales con el libre fluir de las energías cósmicas.

Camino al Árbol donde se colgarán los Rezos

Como ya alguna vez explicara, las Danzas del Sol giran (y no es sólo un eufemismo) al rededor de un Árbol que trasciende su mera naturaleza vegetal. Alguna vez, dije, expliqué mi propia percepción. Ese Árbol que al principio parecía brutalmente “sacrificado”, talado para ser izado a fuerza de dolor y sudor a la cima de una montaña, orlado de festones y consagrado de acuerdo al ritual ancestral. De ése Árbol se cuelgan los “rezos” y aún recuerdo intensamente cuando, al final de las Danzas y acercarme, sólo, al mismo para hacer un formal promesa y abrazarlo, sentí la inenarrable (y, por lo tanto, intransferible) sensación de estar abrazando a alguien vivo, cálido, si se quiere, comprensivo y protector. Fue allí cuando “supe” (claro que no de una forma racional, pero, ¿quién dice que no era la ocasiòn de abrir las puertas de otra forma de percibir la Realidad?) que el Árbol, supuestamente muerto al hacharse, se transustanciaba en algo de una especie diferente, cuando menos en lo espiritual. Las imágenes que acompañan este artículo, durante algunas Ceremonias de Rezos que hemos realizado en el “kallihuey” de nuestro Movimiento Chamánico, en Capilla del Monte, ilustran al respecto.

Preparando el Árbol

Ese Árbol, y muchos otros son depositarios de estas “intenciones”, “rezos” o pedidos. Que consisten en 52 –número cósmicamente sagrado- pequeñas bolsitas de tela por peticionario, por persona. Trece de cada color –trece ciclos lunares completos tiene el año, trece articulaciones el cuerpo humano- a saber: rojo, blanco, amarillo, negro. Uno por cada raza humana, uno por cada color de los elementos de la naturaleza, uno por cada color básico que la antigua Alquimia reconoce en la transformación de la Magna Obra, del nigredo al albedo… y las correspondencias podrían continuar extensamente. Digamos que a un color se le adjudica a la salud física, otro a los objetivos materiales, un tercero a las cuestiones afectivas, otro a las espirituales. Se rellenan con un preparado de hierbas y resinas, flexible pero siempre necesariamente “de poder”: salvia, copal, laurel, romero, “pirul”, hasta la prosaica yerba mate, tan denigrada a simple infusión inseparable del ser argentino que se ha perdido su dimensiòn sagrada. En el proceso, en recogimiento, se visualizan los pedidos, los deseos, los sueños y proyectos, propios y de nuestros seres queridos. La intensa concentración, el necesario silencio, el trabajo rutinario repetido cincuenta y dos veces sumen al practicante en un estado muy inmediato a una modificaciòn de la conciencia.

Y éste es un punto que amerita detenernos. Quien vea en esta liturgia la sobrevivencia de una superstición (casi una redundancia, pues “supérstite” es, precisamente, “lo que sobrevive”), una práctica carente de asidero y fundamento, no sólo comete pecado de soberbia sino también de frivolidad. El no darse cuenta que el proceso, con el fuerte componente simbólico de números y colores y con una mecánica manual tan precisa busca disociar circunstancialmente la conciencia de la acciòn (cualquier investigador en lo parapsicológico sabe que es la circunstancia necesaria para que, al igual que en las alucinaciones hipnopómpicas o hipnagógicas, se derrumbe la barrera represiva de los Mecanismos de Defensa yoicos y emerja la Potencialidad Parapsicológica, o Factor Psi) y “disparar” los mecanismos sutiles intrapsíquicos.

Qué ocurre a partir de entonces?.

Esto es puramente especulativo: quizás las fuerzas del inconsciente, reconociéndose en la naturaleza Arquetípica de los símbolos (los colores, el Árbol) se “sintonice” con el Inconsciente Colectivo primordial y encuentre allí el camino, las respuestas, las fuerzas de las que carece para alcanzar aquello que busca. Quizás, por qué no, cierta incipiente Clarividencia activada por esa circunstancia nos susurre las respuestas. Tal vez, aún, el desbloqueo implique terminar con las propias autolimitaciones de los aspectos nefastos de nuestra Sombra. El Saber Ancestral, la Toltecayotl, enseña que, simplemente, hacemos de nuestro corazón uno con el Universo.

Allí quedarán nuestros “rezos”, esas bolsitas unidas a un listón rojo enredados devocionalmente en las ramas del Árbol, por meses, quizás un año, en que pasarán entonces a alimentar a las “abuelitas”, las piedras de un futuro temascal –seguramente guerrero- que les convertirá en cenizas y calor, luz y sacrificio. En un grado íntimo, nuestro sudor en el temascal será como un puente extendido para los deseos, quizás aún de desconocidos, que tiempo atrás dejaron atrapados sus anhelos en las ramas de un árbol transustanciado. Lo que será más fácil de comprender, digo, esa continuidad entre aquél deseo añejo de alguien con la energía liberada por mí hoy en un inipi, sabiendo, como sabemos que en el Tiempo circular del No Tiempo de los ancestros todo es un eterno presente por donde se pasea nuestra conciencia, limitada a moverse en una sola direcciòn por nuestras limitaciones y donde, inevitablemente, todos y todo somos Uno.

Hay que estar allí, amigos míos. Hay que estar allí. Sentir la inenarrable sensaciòn, durante la procesiòn previa, el caminar en círculo alrededor de nuestro venerado y venerable Árbol al son del chimahuhuetl, el tambor chamánico, el sahumado con copal previo al ingreso al Círculo, el momento en que, colgados los Rezos, nos abrazamos a aquél y casi, casi, alguien diría sentir su complacencia. Los deseos, seguramente, se cumplirán, como no. Pero pocas cosas superan la certeza incipiente en quien neófitamente participa de la experiencia, de que la Naturaleza claro está viva. Ya lo sabemos. Pero, además, es consciente.

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