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Yo, mi peor enemigo

Con raíces tanto psíquicas como culturales, el autoboicot es un atentado a la felicidad personal que, con paciencia y terapia, puede superarse

Domingo 26 de setiembre de 2010

Un artículo publicado por The New York Times se pregunta: ¿cuál es la finalidad del hombre de sabotear el éxito? Aunque resulte paradójico, hay quienes son felices desde el dolor y la decepción. ¿Qué puede llevar al hombre al autoboicot? ¿Qué le pasa a quien apuesta a ser víctima o a gozar con el sufrimiento? Se cree que, en mayor o menor medida, en algún momento de la vida todos podemos convertirnos en "masoquistas emocionales".

Resulta difícil imaginar un libro de autoayuda que enseñe al hombre a ser cada día más triste o a convertirse en un buen perdedor. Sin embargo, sería de gran utilidad para aquellos que encuentran una recompensa placentera siguiendo el camino inverso.

"De toda la psicología humana, el comportamiento autodestructivo está entre los más misteriosos y duros de cambiar", introduce en el tema el doctor Richard Friedman, profesor de Psiquiatría en el Weill Cornell Medical College, de Nueva York, uno de los centros mejor calificados para la investigación clínica y médica en los Estados Unidos. Es él quien escribe el artículo de The New York Times que citamos al comienzo.

"Siempre a mí"; "la vida me engañó"; "no tengo suerte en nada"... Quién no conoce una tía, una abuela, un vecino, un amigo o un compañero de trabajo que haya elegido o le tocó en suerte "ahogarse o hacer la plancha en una vida gris". Muchas veces no podemos entender cómo alguien persiste en la idea de elegir aquello que lo daña, no renuncia a lo que lo hiere o insiste en exponerse al riesgo y las dificultades.

Alicia López Blanco, licenciada en psicología, autora del libro La salud emocional, nos ayuda a entender este fenómeno del "daño permanente", muy común entre los argentinos, entre otros motivos, por herencia cultural.

"Boicotear es impedir o entorpecer la realización de un acto o de un proceso para conseguir alguna cosa. En el caso del auto-boicot -señala la psicóloga-, la propia persona se impone el freno con el objetivo de obtener algo que aparentemente no favorece su bienestar, pero que sí satisface algún deseo inconsciente. Podríamos plantearlo, metafóricamente, como una lucha interna entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal que libran, en el interior de la psiquis, batallas de diferente intensidad y frecuencia. Por un lado, una fuerza positiva impulsa a la autonomía y el desarrollo personal; por el otro, una negativa trata de impedir el crecimiento y la evolución."

Si bien muchos podemos ser víctimas de una sucesión de "malas rachas", no todos elegimos convertirnos en seres descreídos o esclavos de la resignación. No siempre una cadena de fracasos nos conduce a elegir este estilo de vida. Influyen la cultura, la educación, el cómo hayamos aprendido a atribuir lo "bueno" y lo "malo" de lo que nos pasa.

Contame tu condena

"¡Pobre de nosotros!"; "hija, ¡sos una desdichada!"; "no tiene suerte con las mujeres". Aunque parezca mentira, consciente o inconscientemente, mamamos desde la cuna la posibilidad de crecer y gozar con el sacrificio o el lamento. O todo lo contrario.

Los humanos estamos enmarcados en una doble tendencia vital, la del instinto de vida y conservación, por oposición al instinto de muerte y dolor. A lo largo de toda la vida nos balanceamos en torno a estas dos direcciones. Está lo que heredamos y está lo que decidamos poner en juego a la hora de elegir qué nos motoriza o nos provoca placer.

Todo hace pensar que el recurso del auto-boicot emocional puede caernos como regalo de nacimiento o, al menos, se enseña y se aprende; así como se adquiere cualquier otra estrategia para vivir y sobrevivir.

Muchas veces es más cómodo asumir "una vida de sumisión y sacrificio", aceptar un "destino impuesto o torcido", o atribuir la desdicha al "castigo de los dioses", en lugar de asumir los riesgos o hacer los duelos necesarios con el objetivo de elegir un destino propio o promover el cambio que nuestra vida pueda llegar a necesitar.

"El aparato psíquico se construye por la relación con la cultura, la cual le transmite al sujeto su lenguaje y conocimientos, y le imprime su sello. Es ella misma la que, al imponer sus mandatos a ser y comportarse de determinadas maneras, insta a la represión del impulso", explica la licenciada López Blanco.

"En un principio hablamos de un duelo entre las «fuerzas del bien y del mal» -recuerda la psicóloga-. La fuerza negativa -agrega- se nutre de los mandatos culturales y los de la subcultura de la familia de origen, incorporados en etapas tempranas del desarrollo. En el ánimo de responder a estas expectativas se van acallando los propios deseos."

Esto ayuda a entender tanto asuntos de base como los extremos a los que puede llegar quien decide entregarse a la dependencia e, incluso, la humillación. Muchas personas se limitan, se disminuyen, piden disculpas permanentemente, eligen ser sumisas u obedientes porque creen que serán más queridos y respetados. Aunque parezca mentira, hay quienes mueren con la idea de que "se vive para sufrir".

Se dice de mí

A la hora de definir el perfil de las personas "autodestructivas", podríamos decir que estamos frente a personalidades tendientes a: asumir el papel de víctima; minimizar los logros personales; mantener relaciones de subordinación (idealización excesiva); rechazar la ayuda y evitar elogios; no evitar, o evitar escasamente, el dolor; sufrir estados de ánimo ansiosos y/o disfóricos (cara triste o inexpresiva, evitación de la mirada, apatía, enojo, irritabilidad).

Las distintas teorías y modelos, cada cual con su explicación y terminología, invitan a revisar los motivos por los que estas personas devaluaron tanto su autoestima. Siempre hay un contexto o biografía emocional que nos define de cuerpo entero.

A la hora de revisar la historia de cada sujeto, están los más conductistas, que creen que puede tratarse de personas que han padecido de desatención, inconsistencia afectiva o falta de cariño.

Desde el psicoanálisis clásico se ha estudiado un tipo llamativo de carácter, en el que aparentemente se busca el dolor y se niega la experimentación de sensaciones agradables o placenteras.

"Freud describió el masoquismo como la búsqueda del sufrimiento y la decadencia", explica la licenciada López Blanco. "Además del sexual -continúa-, distinguió el masoquismo moral, en el cual el sujeto, debido a un sentimiento de culpabilidad inconsciente, expresa su necesidad de castigo ubicándose en posición de víctima. También desarrolló los conceptos de masoquismo primario y secundario, que todos podemos experimentar, un estado en el que la pulsión de muerte se dirige sobre uno mismo, o en el que la agresión hacia otro vuelve hacia la propia persona".

Las hipótesis psicodinámicas más actuales se fundamentan en la necesidad insatisfecha de simbiosis o identificación con determinadas personas.

Están los estudiosos de los trastornos de la personalidad, que especularon con que "los masoquistas persisten en las situaciones de sufrimiento para acostumbrarse mejor al dolor, expiar así sus culpas por deseos no reconocidos, y asociar el sometimiento con la aceptación".

Lo cierto es que quien boicotea su propia felicidad no necesariamente padece de algún trastorno de personalidad. "Si bien personas con determinadas patologías pueden tender a obstaculizar el camino de su felicidad, no es imprescindible tener un trastorno determinado para experimentar una inclinación hacia la autodestrucción", certifica López Blanco.

Hay varios estilos de personalidad que pueden convertirse en destructivos. Muchas veces, por dar un ejemplo, boicoteamos el éxito por exigencia desmedida. Las exigencias del mundo moderno, muchas ya impulsadas por viejos mandatos de "éxito y productividad", se convierten en un terreno pantanoso para los hiperresponsables o culposos.

Están quienes suelen ponerse objetivos demasiado elevados e inalcanzables y, en esa búsqueda, mientras desmerecen sus talentos y esfuerzos, se condenan al "fracaso" y la insatisfacción generalizada o permanente.

En ese contexto, entre extremos de negación y sobreexigencia, cabe señalar que el autoboicot no es privativo de las personas. Así como hay comunidades que quedan presas de sus propias redes de exigencia, "muchas sociedades parecen configuradas por una fuerza negativa que les impide la libertad, la expansión, el desarrollo y el crecimiento espiritual e intelectual", sugiere la licenciada López Blanco. Esto explica, en parte, cómo algunas comunidades, ciudades y países optan por no reconocer lo que esencialmente las destruye o, al menos, limita su crecimiento.

"Existe la posibilidad de cambio -asegura la psicoterapeuta- cuando los pueblos se deciden a tomar conciencia de esa necesidad y evalúan las transformaciones que la vida colectiva considera como auténticas." Lo mismo pasa con cada una de las personas.

Darse cuenta

Si bien el carácter masoquista ha ido desapareciendo de los manuales de psiquiatría, "parcialmente en respuesta a presiones sociales y políticas", tal como lo explica el doctor Friedman, "el comportamiento autodestructivo del masoquista es una fuente de sufrimiento considerable y blanco legítimo para el tratamiento".

En el trabajo psicoterapéutico y, en algunos casos extremos, junto a la intervención psiquiátrica, que aportará una medicación adecuada, se podrá trabajar sobre los mecanismos que despiertan la autodestrucción y la consabida recompensa que esto nos provoca, muchas veces, casi sin darnos cuenta.

"No cae muy bien decirles a estos pacientes que ellos son los arquitectos de su propio sufrimiento", reconoce Friedman. "Tal vez podamos partir de algo parecido, como invitarlos a preguntarse: «¿Es mi culpa que la vida sea injusta?»."

Para la licenciada López Blanco, "un tratamiento psicoterapéutico o un trabajo de observación y autoconocimiento pueden ser muy adecuados para empezar a tomar conciencia de los patrones de autoboicot. Al echar luz sobre esto, el tema ya pasa a formar parte de la conciencia y, si bien la pulsión inconsciente pude persistir, al verse repitiendo ese patrón el sujeto puede comenzar a accionar en la dirección del cambio".

"El trabajo terapéutico puede ser una batalla cuesta arriba -advierte Friedman en su artículo de The New York Times-, ya que, por su visión negativa, estos pacientes tratan a menudo de frustrar los mejores esfuerzos de sus terapeutas." Es lógico que quien vivió pensando en "que le vaya mal" se asombre al descubrir otro tipo de goce mucho más saludable. No olvidemos que no todos pueden ser pesimistas, negativos o autodestructivos por elección. "Sería una elección si la persona fuera consciente del acto", explica López Blanco. "Si se trata de una pulsión inconsciente -subraya- no podemos hablar de elección, sino de acto compulsivo."

Al parecer, se trataría de llevar el arte del autoboicot a la conciencia y resignificar creencias y carencias emocionales. De esta manera, tal como lo cree Friedman, "estas personas pueden experimentar en terapia lo que ellos perjudican tan expertamente en todos lados: el éxito".

"Sería de utilidad que el paciente lograra interrogarse respecto de cómo se está experimentando el curso de la propia vida -enumera la psicóloga-; cuán saludable y constructiva es la relación con los demás; cuál es el sentimiento respecto de las propias actividades en general, y lo que sea útil preguntarse con el objetivo de echar luz acerca de la propia existencia. Una vez formulados los interrogantes, entra en juego la capacidad personal de soportar lo que las respuestas dejen en evidencia."

Por Eduardo Chaktoura
revista@lanacion.com.ar

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