En medio del camino
Cumplir los cincuenta años tiene algo de mito. En el inconsciente colectivo
es como una frontera legendaria: lejana cuando se es joven; temida cuando se
entra en los cuarenta, por asociarse a la pérdida de lo conocido y a la
entrada en lo desconocido.
Cuando Dante escribió la "Divina Comedia" tenía sólo treinta y cinco años y
ya se consideraba "en medio del camino" de su vida. Para su época, incluso
era algo irrealista, pues la media de vida del Medievo europeo no alcanzaba
los cincuenta años. Han pasado más de siete siglos y, desde entonces,
nuestro viaje existencial se ha alargado considerablemente. Llena de
optimismo el ver a felices tatarabuelos de más de cien años rodeados de
tataranietos, que aparecen cada vez con más frecuencia en los periódicos.
Hoy día, el 14 por ciento de la población en la mayoría de los países
occidenta-les supera los 65 años y sólo en España son once millones y medio
de personas -30 por ciento de la población- las que "ya han visto el mar
desde lo alto de la montaña".
Carl Rogers, sin duda uno de los grandes psicólogos del siglo XX, manifestó
en una conferencia, dada cuando ya tenía más de 75 años: "Desde que cumplí
los 65, he escrito cuatro libros, unos cuarenta artículos y el guión de
varias películas. Creo que esto supone una producción superior a la de
cualquier otra década de mi vida". Es claro que, sin dejar de lado los
límites físicos impuestos por los años, la edad se halla fundamental-men-te
en nuestra cabeza y en la calidad de nuestra obras y de nuestros sueños.
Muchas personas pueden vivir el cumplir los 50 como un acontecimiento
desalenta-dor, o incluso deprimente. No obstante, cada vez más personas
viven ese paso con serenidad, alegría y, sobre todo, con una sensación de
alivio. Cuando los hijos empiezan a valerse por sí mismos, una vez pasado el
primer momento de vacío existencial, queda un hondo sentimiento de
liberación. Aunque a veces alternen durante un tiempo los sentimientos de
serenidad y de ansiedad, de satisfacción y de frustración, lo que se imponen
son unas enormes ganas de vivir más intensamente todos los años que quedan
por delante.
La "selva oscura"
A mediados de la vida, la mayoría de las mujeres y de los hombres llevan
muchos años asentados familiar y profesionalmente. Han ocupado su lugar en
la sociedad, tras muchos esfuerzos y algunos desengaños. De la carrera en la
lucha por la supervivencia queda alguna que otra cicatriz y se ha perdido
parte de los sueños de juventud.
Pasados los cuarenta es raro no haber experimentado alguna separación
dolorosa, desilusiones profesionales o simplemente la sensación momentánea
de que la vida carece de sentido. Sin embargo, cuando se intenta recuperar
el tiempo perdido y rehacernos, todo el mundo nos solicita atención o
cuidados: los padres ancianos, los hijos más o menos crecidos, la pareja,
los amigos... Al mismo tiempo, a veces es difícil recurrir a alguien, pues
las necesidades pueden ser inconcretas o profundamente existenciales, y
existe un pudor injustificado a pedir en un periodo de la vida en el que se
supone que lo que corresponde es dar. Además, esta especie de obligación
asumida coincide con el afloramiento de todo lo que quedó pendiente en los
años anteriores. Emergen entonces los deseos de juventud no vividos y los
conflictos no resueltos.
Es la época en que parece atravesarse una especie de "selva oscura" hacia no
se sabe dónde, en búsqueda de no se sabe qué. ¿Quién no ha sentido en esos
momentos el deseo de meterse en una caverna silenciosa y de que se detenga
el giro vertiginoso del mundo? La salida de la selva oscura está relacionada
a menudo con pasar al otro lado del espejo.
La escritora norteamericana Erika Jong necesita varios centenares de páginas
de su autobiografía novelada Miedo a los cincuenta para llegar a una
sencilla reflexión: "Yo no soy mi madre y la siguiente mitad de mi vida se
extiende ante mí".
La filosofía del sentido común
Cumplir los 50 es como atravesar una sutil e invisible barrera que no le
hace a uno más viejo, sino más prudente en los juicios, más tolerante y
paciente ante los propios fallos y los deslices ajenos. Tal vez a muchos no
nos guste el mundo que vemos cada mañana al despertar-nos, pero, más o menos
integrados en el sistema, ya no vale rebelarse contra él, sin aportar
soluciones de recambio. A esta edad se tienen las herramientas necesarias
para influir, cuando menos, en el entorno cercano.
A veces encontramos personas que parecen cargar pesadamente sobre sus
espaldas medio siglo y cuya única meta es el jubilarse. A algunas las
circunstancias les hicieron envejecer antes de tiempo, pero otras
simplemente dejaron de seguir su voz interna, renunciando a su propia
vocación. Pusieron simplemente su felicidad en el futuro. Pero el futuro se
hace día a día. Ciertamente ya es tarde para ser atleta olímpico o
astronauta, pero no para ser un buen profesional o llevar a cabo ese
proyecto de vida ahogado hasta ahora por las obligaciones familiares o
laborales.
Cada año que pasa se cumple entonces con gratitud y sin necesidad de
ocultarlo, como si fuera el año más dorado de nuestra vida. En estos años
intermedios, aún no le ceden a uno el asiento en el autobús, pero ya no hay
tantas ocasiones para cederlo. Los recuerdos se mantienen todavía frescos:
"Mi reino vivirá/ mientras estén verdes mis recuerdos", ha escrito el poeta
José Hierro; y se podría apostillar: Y mientras siga fructificando la
energía que les dio vida.
Una nueva iniciación
A mediados de la vida, se despierta uno de muchos autoengaños del ego. Se
sale de las estructuras de lo adecuado y de lo esperado por los demás. La
psicoana-lista junguiana Elisabeth S. Strahan afirma que la menopausia
provoca en las mujeres la aparición de fantasmas inesperados, que exigen la
integración de la sombra inconsciente. Es un período de enjugar lágrimas por
lo que pudo ser y ya nunca será, de romper con muchos de los
convencionalismos sociales y reconectar con la naturale-za. Algunas mujeres
inician estudios o actividades profesionales, tras haberse consagrado a la
familia durante quince o veinte años. Otras, empiezan a crearse una vida
social autónoma, independiente de la del marido o la de los hijos o a
realizar tareas sociales.
Por su parte, a los hombres les llega el momento de abandonar su antiguo
comportamiento, típico de una sociedad patriarcal, que les condujo a
competir o a explotar, a dominar o a rebelarse, para cumplir otros proyectos
más cercanos a su verdadera vocación y más orientados a la solidaridad y al
servicio.
Ya no rige sus acciones el arquetipo del Héroe, cuya meta es la conquista.
Sus nuevos arquetipos son el Cazador, el Chamán o el Tramposo, protagonistas
de los relatos para hombres de todas las culturas, que recientemente
empiezan a ser recuperados por los antropólogos culturales. Estos nuevos
modelos les incitan a buscar una nueva masculinidad profunda y madura, que
sólo puede encontrarse tras haber integrado la parte femenina interna.
Películas como "Lo que queda del día" o "Los puentes de Madison" reflejan un
importante cambio generacional: se puede vivir un gran amor apasionado más
allá de los cincuenta. Cuando el deseo se centra, pero no se ha apagado
todavía la llama, se puede ser "cincuen-tañero" o "cincuentañera" joviales y
asentado, en lugar de "cincuentón" o "cincuentona" amargados y sin
ilusiones.
Según los antropósofos, que dividen las edades del ser humano en septenios,
al entrar en el octavo -49 años- es cuando se inicia el ciclo de la
manifestación en el mundo y de la maestría. Tal vez sea esto lo que haga
Clint Eastwood, protagonista masculino de la segunda película citada: no
hace el ridículo al abandonar sus antiguos papeles de "duro", sino que
contribuye a mostrar un nuevo símbolo de una nueva masculinidad adulta.
Benigna la estación, dulce la hora...
Dostoyeski escribió que el verdadero goce de la existencia comienza a los
50. Es cierto que en estos años las alegrías duran menos, pero también
desaparecen antes las penas. Las tragedias van perdiendo el color rojo de la
pasión y se recubren con una pátina hecha de serenidad ecuánime. Llegamos
así a ser testigos cada vez más sabios de nuestro propio devenir y a ampliar
los límites de nuestra identidad, más allá de la pertenencia a una familia,
a un partido político o a una nacionalidad determinada.
Al final del verano los frutos están en sazón; las hojas secas y las
semillas maduras empiezan a caer a la tierra. El equipaje se aligera, al
irse soltando el lastre de los prejuicios y de las falsas necesidades. En el
pozo del olvido van diluyéndose los viejos rencores, hasta que surge un
reconfortante sentimiento de perdón. Pero, sobre todo, se pierde la
compulsividad por hacer y se va ganando la necesidad de simplemente ser. Ser
más allá de la necesidad de aceptación y de reconocimiento ajenos.
Cuando miramos hacia adentro con esta perspectiva, pueden surgir la risa y
el humor, la perplejidad y la paradoja. Es entonces cuando se inicia el
camino de la verdadera sabiduría, porque se empieza a integrar los polos
opuestos de la realidad: la bondad y la maldad, el pasado y el futuro, el
fracaso y el triunfo, el poder y la vulnerabili-dad... Es en esos momentos
cuando surge con más fuerza el planteamiento de las verdaderas preguntas:
esas que han estado arrinconadas en el frenesí de la acción.
Alan Watts, el gran filósofo estadounidense que acercó la sabiduría oriental
a Occidente, afirmó que, cuando se han alcanzado algunas de las metas que
nos propusimos, es el momento de darnos un tiempo para reflexionar en lo
esencial: ¿quiénes somos realmente y cuál es el secreto de las cosas?
En la sociedad hindú tradicional, entre los 50 y los 75 años, cuando alguien
era capaz de dejar establecida a su familia y sus negocios, podía retirarse
a un monasterio para meditar sobre estas cuestiones y buscar la realización
interior. En la sociedad moderna occidental, y cuando queda "media vida por
vivir", es necesario hacerlo en medio de la actividad cotidiana, para que el
aroma de estas preguntas esenciales impregnen nuestra acción en el mundo que
nos ha tocado vivir.
CINCUENTAÑEROS RECIENTES AL HABLA
Paz Abeijón (Mezzasoprano del Coro Nacional de España): Cuando cumplí los
cincuenta tuve la sensación de que se abría ante mí una página en blanco
para iniciar una nueva etapa de mi vida. Acabada mi etapa de "madre" ya no
tengo que hacer más rol que el de mí misma. Lo positivo de "envejecer",
además de ver las cosas con más objetividad, es poder realizar todo lo que
hasta ahora me había sido imposible. Ya no hago planes para el futuro como
antes, sino que estoy abierta a lo que la vida me va trayendo, que por ahora
es maravilloso.
Gabriel Aboud (Psiquatra y psicoanalista): Para mí cumplir los cincuenta fue
como contemplar un sereno atardecer. Me doy cuenta de que todas las
experiencias vividas son como la "madre" de un buen vino que va impregnando
de conocimiento todo lo que me va ocurriendo. En lo profesional, tengo una
mayor seguridad interna y siento que me ha llegado el tiempo de devolver
todo lo que la vida me ha dado, también a través de la escritura y de la
pintura.
Pilar Blanch (Ama de casa): Creo que pertenezco a una generación bisagra y,
a veces, antes me sentía desplazada frente a las profesionales que empezaban
a trabajar o se dedicaban a la política. Ahora, no sólo lo tengo asumido,
sino que además disfruto muchísimo de ser ama de casa. A medida que mis
hijos han ido creciendo, he ido teniendo más tiempo para actividades de
crecimiento personal. Estoy realmente feliz y además veo que muchas mujeres
envidian ahora tener más tiempo para la casa y para sí mismas.
Luis Cereceda (Economista): No sentí nada especial al cumplir los cincuenta,
sino quizá una gran tranquilidad por todo lo hecho hasta entonces. Tal vez
tenga ahora ganas de abandonar los caminos trillados que ya domino y meterme
en algo nuevo e ilusionante. Si se me pregunta qué consejo dar a los próximo
cincuentañeros diría que a esta edad ya no se necesitan consejos.
Yola Corrochano (Directora comercial): Los cincuenta coincidieron con la
decisión de separarme de mi marido. Hasta entonces siempre había vivido para
los demás, llenándome de responsabilidades. Ahora, éstas no han
desaparecido, pero van cambiando. Esta etapa de mi vida me parece
fantástica. He decidido dedicarme más a mí, he empezado a tomar clases de
pintura y tengo más tiempo para mi crecimiento interior.
José Pernil (Fotógrafo): A los 45 ya estaba preparándome para lo que me
parecían los terribles 50. Luego resultó que no me sentía tan mayor:
simplemente había comenzado otra década de mi vida. Es como si hubiera
ganado visión y pudiera ver las cosas a vista de águila. Ahora es cuando
tengo la posibilidad de sacarle jugo a todo lo aprendido, de amortizarlo.
Aunque algunos dicen que a esta edad hay que haber realizado todo lo que uno
ha soñado alguna vez, a mí me quedan muchas cosas por hacer.
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