Los padres son inmensamente felices cuando sus hijos revelan la más pequeña muestra de consideración hacia ellos. Cualquier pequeño signo de gratitud lo reciben con agrado. Si no sienten ningún impulso para satisfacerlos y hacerlos felices, ¿cómo pueden tener la esperanza de agradar a Dios?
La madre que los dio a luz, el padre que los crió y el maestro que les abrió los ojos al misterio de la naturaleza en ustedes y alrededor de ustedes, deben ser todos reverenciados.
Por muy alto que suban en la escala social, por muy grande que sean sus cuentas bancarias, sus vidas habrán sido un trágico desperdicio si abandonan a sus padres cuando están en apuros.
Los padres son inmensamente felices cuando sus hijos revelan la más pequeña muestra de consideración hacia ellos.
Cualquier pequeño signo de gratitud lo reciben con agrado.
Si no sienten ningún impulso para satisfacerlos y hacerlos felices, ¿cómo pueden tener la esperanza de agradar a Dios?
El sobre puede costar sólo unos centavos; la hoja de papel, dentro de él, puede ser de baja calidad y estar manchada.
Lo que está garabateado en ella puede estar lleno de borrones; las letras pueden ser confusas, pero cuando el niño le escribe a la madre, ella lee y aprecia las cartas con lágrimas de felicidad.
El sobre puede ser de lujo y costar cinco rupias y la esquela llevar letras doradas, impresas en selecta caligrafía antigua en una imprenta aristocrática, pero esto no interesará a la madre, ni siquiera para mirarlo.
La madre busca Amor, anhela gratitud, tiene sed de benevolencia.
Valora el sentimiento, no la manifestación puramente exterior.
También la Madre Divina se mueve por el mismo sentimiento.
No aprecia adornos demostrativos como el cabello enrulado, rosarios, marcas sobre la frente o túnicas sacerdotales.
Valora la sinceridad, el anhelo, la virtud, la compasión y el Amor.
Los Vedas declaran que Su Gracia, es decir, la Inmortalidad, se puede lograr más por el desapego y no por la actividad excitante, la opulencia o el linaje.
Entréguense; no se aferren a algo cerrando los puños. Suéltense; no se aten ni se dejen atar.
Las Unidades de la Organización Sathya Sai Seva deben acentuar, mediante el ejemplo y la práctica personal, que ninguna felicidad es igual a la felicidad de compartir, dar y renunciar.
Esto pueden entenderlo mejor cuando prestan atención al comportamiento de los niños.
Ellos son como Almas plenamente conscientes, libres de todo apego.
Hay tres motivaciones que gobiernan al hombre: el deseo de contactarse con el mundo objetivo, el ansia vehemente de poseer el objeto y la búsqueda de la felicidad.
La Felicidad Suprema alcanzable se habrá logrado al tomar conciencia del secreto de la Naturaleza.
Examinen el contenido del bolsillo de un niño; encontrarán unos guijarros, un pedazo de vidrio, una ramita o una flor.
El niño obtiene de estas cosas más felicidad que la que el adulto obtiene de un fajo de billetes.
El niño no ansia poseer y negarle todo a los demás. No acumula para los días futuros, ni por el mero placer de hacerse famoso como poseedor de mucho.
Puede ser que el niño tenga el cuerpo sucio, pero su mente está libre de suciedad; los mayores son escrupulosos acerca de la limpieza física, pero sus mentes son pozos ciegos de deseos, odio, envidia y están obstruidas por tonterías sentimentales.
Esto ocurre, porque la verdadera naturaleza de Dios, de la Naturaleza y del hombre no se han entendido.
El hombre no es más que una ola del océano que es Dios. La Naturaleza es sólo una manifestación del mismo Dios, que aparenta ser diversificada y poseer atributos duales tales como bueno malo, benévolo cruel, útil inútil.
El deseo por adquirir o la ansiedad de eludir aparece porque el hombre está atrapado en esta dualidad, la cual es, fundamentalmente, una creación de su propia mente.
El hombre atrapado por la confusión del deseo anhela más frutos con menos esfuerzos; el hombre libre de las tentaciones del mundo objetivo anhela un fruto moderado, pero está preparado para sobrellevar muchos esfuerzos para lograrlo.
Sólo un pequeño signo de Gracia lo dota de un deleite inconmensurable: la Bienaventuranza.
"Para mí", "hacia mí", éste es el deseo animal. "Desde mí, por mí", este ofrecimiento es un signo de la Naturaleza Divina en el hombre. Compartan.
Entonces, el sentido de Unidad se establecerá, perderán todo temor; se desprenderán de toda envidia y crecerán profundamente en Amor.
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