EL VALOR SAGRADO DE LAS CRISIS
Necesitamos tocar fondo. Muchas veces la vida nos lleva a desnudarnos y a tocar el fondo oscuro porque solamente allí vamos a percibir la tormenta del alma, la ráfaga de luz que puede transformar nuestra vida. El arte de la vida es el arte de hallar la complementariedad en los contrastes. Aprendemos por contrastes. Sabemos más de la luz por la noche, que por los días que nos ciegan. Comprendemos entonces que no hay limitación que no sea una lección; no hay limitación que no sea una oportunidad.
Digamos que te identificas con tu autosuficiencia y crees que ella es tu luz. Frecuentemente confundimos, el orgullo y el separatismo, con nuestro avance espiritual y con nuestra luz. Identificado con tu autosuficiencia no sabes pedir ayuda, no tienes la luz de la humildad y la vida te regala una enfermedad en la que necesitas un punto de apoyo, una muleta. El hombro de tu mamá, de tu hermano, de tu amigo, de tu vecino; alguien que te tenga que bañar, que te tenga que cuidar. Solamente cuando desciendes a este vórtice de humildad aprendes la lección. Y que bueno que la vida te regale, porque cuando tú creías que no necesitabas de nadie, no eras un ser humano.
Un ser humano es aquel que dolorosamente, amorosamente, pero siempre intensamente, siente que necesita del otro. Una vez que sintamos profundamente la necesidad del otro -pero una necesidad existencial, no intelectual, no filosófica, una necesidad vivencial - una vez que yo sepa que necesito tanto de ti como necesito respirar, habré aprendido la lección de mi humanidad.
Estamos aquí porque nos necesitamos. Cuando hagas de esta realidad una realidad viva, cuando sepas que nadie, ni nada llega a ti por azar, que la vida te hace un presente y un regalo con cada encuentro y en todo suceso, aún con tu pinche tirano, estás maduro.
La vida te pone exactamente donde necesitas para aprender la lección. Al que no quiere caldo se le dan dos. La vida nos repite y nos repite hasta que aprendamos. Tenemos exactamente y justamente lo que necesitamos. Si no reconocemos que aquel lugar donde estamos es justamente el que necesitamos, vamos a pretender vanamente toda la vida cambiar de lugar. Pero la vida nos va a imponer este lugar hasta que entendamos que todas las cosas, todos los tiempos, todos los lugares, todas las personas son maestros.
La mejor oportunidad que tenemos es la de la crisis. El discípulo no huye de las crisis, no enfrenta las crisis, las afronta. Afrontar siempre es aprender la lección. El discípulo se crea crisis. Tiene responsabilidad de crecer y sabe que no puede crecer si no tiene dolor. No es masoquista, pero se pone desafíos. Se consagra a desafíos que trascienden su pequeña personalidad. Él se está inventando dificultades, porque él está puliendo las aristas de su personalidad, está revelando el diamante interno. Un discípulo que no se busque disciplinas, que no se busque dificultades, que no se busque nuevas responsabilidades, no es un discípulo.
Cuando encuentran una persona a los noventa años dando conciertos, saben que evidentemente no tiene necesidad de dar conciertos, pero los da y se esfuerza, y es un maestro de su música, y tiene un auditorio que se recrea al escucharlo; este es un discípulo del mundo. Para el discípulo no existe el futuro, él procede en presente como si fuera a vivir por toda la eternidad. Cuando sientas que vas a vivir por el resto de los tiempos, no te va a importar sembrar semillas que van a germinar dentro de cuatrocientos años, se te acaba toda prisa, todo afán, porque estás trabajando para la vida y la vida es aquello que habita en la eternidad.
Por Jorge Carvajal Posada
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