No hay casualidades ni accidentes. Hemos elegido nuestros padres, el lugar y las condiciones del nacimiento porque ellos nos brindan el contexto necesario para activar nuestro plan de vida. El cuerpo que habitamos es funcional a él, ya que expresa lo que somos y vivimos. Nuestras luces y sombras son una síntesis de lo aprendido y la oportunidad de mayor crecimiento.
Traemos distintas posibilidades a cada encarnación, pero hay una que es el mayor reto y que no podemos eludir. Es la que nos hace tropezar con la misma piedra una y otra vez, no sólo en esta vida sino en anteriores. Es la tarea pendiente, la que repetimos sin solucionar.
Justamente, la repetición es su marca. ¿Por qué? Porque es la ocasión de sanar nuestras heridas y de restaurar nuestro cuerpo emocional, liberándonos definitivamente. Si le huimos, sólo ahondamos el sufrimiento. Al encararla, podemos comprender su significado, liberar el dolor y hallar las brillantes cualidades que esconde. Efectivamente, eso que evitamos es nuestra mayor fuente de poder y aprendizaje. La sombra que esquivamos es la bendición detrás de la maldición. Alatravesarla, encontramos la luz… y a nosotros mismos.
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