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Confrontación con el Inconsciente como prueba Iniciática, por Jung

El hombre en su necesidad constante de progreso y avance tecnológico, con el pasar del tiempo ha ido poco a poco despreciando la forma de pensamiento simbólico y mítico, considerándolo como mera fantasía de los pueblos primitivos así como contraproducentes para su evolución.

Las culturas de los pueblos antiguos (Babilonios, Egipcios, Mayas, entre otros) desarrollaron un complejo sistema de pensamiento abstracto/sagrado siendo la Qabalah, la Alquimia, la Astrología y El Tarot manifestaciones que llegaron hasta nosotros, pero que aún son consideradas por los profanos puras supersticiones. Este conocimiento universal se expresa fundamentalmente a través de símbolos que los iniciados están obligados a dominar ya que las imágenes míticas otorgan la posibilidad de conexión con el sendero sagrado y la memoria de la naturaleza, lo cual resulta totalmente inaccesible por medio del pensamiento lógico.

Dentro de la historia de la Psicología, fue C. G. Jung quien recuperó estos conocimientos herméticos y traduciéndolos a un lenguaje psicológico, logró introducirlos en la cultura occidental moderna, revalorizándolos. Su misión estuvo encaminada en comprender las manifestaciones del inconsciente: sueños, fantasías, visiones, alucinaciones, que apareciendo de forma aparentemente confusa, inconexa y caótica debían encerrar un significado y un sentido.

Es por esto que ante las imágenes que proporciona el mundo oscuro se podrían tomar dos actitudes básicas: o dejarlas pasar de largo -lo que significa que a la larga se seguirán presentando cada vez con mayor fuerza y hasta bajo forma de síntoma físico- o asumir el compromiso de trabajar con el material que presentan e intentar darle un sentido y significado personal para integrarlo a la conciencia. Fue esta la elección de Jung, quien, a partir de su propia experiencia arquetípica tejió su teoría, amplificándola a través de los años mientras recorría y vivía su mito personal. Sin saberlo, Jung era guiado por fuerzas invisibles a cumplir un rol chamánico.

En las tribus animistas, el sacerdote llamado chamán era quien poseía la llave para penetrar en el mundo de los espíritus y así ser mediador entre la voluntad de los Dioses y los hombres. Su rol de historiador, sanador, sabio consejero y jefe espiritual no le era otorgado al azar. El candidato a Chamán era identificado por determinadas señales que iba mostrando a lo largo de su niñez y pubertad, que consistían en síntomas físicos y psíquicos particulares: aislamiento, convulsiones, visiones terroríficas, enfermedades físicas desconocidas, lenguaje incoherente, etc. Hacia los 15 años se aislaba al candidato en una gruta y se lo sometía a una rigurosa iniciación, la cual consistía en someterlo a pruebas que implicaban la confrontación con el mundo de los espíritus elementales de la naturaleza. En esta lucha cruenta si el candidato salía victorioso los elementales lo servían como aliados e intermediarios con otros espíritus dotándolo de poderes sanadores, del don para interpretar sueños, la capacidad para viajar en tiempo y espacio, la magia para adoptar formas animales diversas y el conocimiento curador de las hierbas. Si fracasaba en la prueba, sería vencido por estas mismas fuerzas bajo forma de muerte o enfermedad, locura y sufrimiento constante. Hay que recalcar que este mismo resultado era la consecuencia de rechazar la experiencia iniciática por temor.

En su autobiografía Recuerdos, Sueños y Pensamientos, Jung describe esta misma experiencia a través de la que entra en contacto con los contenidos de sus sueños y visiones, la oscuridad y riqueza de su psique y el enfrentamiento con sus dudas y temores, debido a las imágenes que el inconsciente le proporcionó durante los años 1912-1920. Fueron para Jung “la materia prima de un trabajo que duró toda la vida”. Necesitaba hallar la respuesta a las inquietudes que las teorías y los dogmas no habían podido ofrecerle.

Después de la ruptura con Freud, para Jung comenzó un período de confusión, se daba cuenta que no poseía un marco de referencia teórico en el cual basarse, por lo que asumió una actitud de tipo “vivencial”. Trabajaba con sus pacientes sin seguir reglas preestablecidas y trataba de ayudarlos a entender las imágenes oníricas que éstos le proporcionaban a través de la intuición y su propio trabajo personal de introspección. Sentía que podía obtener ayuda de la mitología para acceder al mundo del inconsciente, sin embargo ésta no le ofrecía mayores respuestas ya que aún no había logrado descifrar su propio mito.

En un sueño de 1912 Jung entra en contacto con imágenes relacionadas con muertos y con la leyenda alquímica de Hermes Trimegisto, intenta dar significado al sueño, pero se da por vencido pensando que lo mejor es “seguir viviendo”, tratando de prestar atención a las fantasías e imágenes que se presentarían. Otro sueño en cuyo contenido aparecían tumbas de muertos que volvían a la vida a medida que Jung los observaba, le sugería la existencia de restos arcaicos inconscientes que cobran vida a través de la psique; este contenido le sirvió posteriormente para formular su teoría sobre los arquetipos.

Todo este material simbólico aportado por los sueños Jung no lograba comprenderlo y vencer así el estado de desorientación, sentía una gran opresión interna y llegó a pensar que sufría algún tipo de trastorno psíquico. A través de una revisión de los acontecimientos concretos de su vida intentó encontrar alguna explicación a su confusión, pero siendo este camino también infructuoso, decidió entregarse por completo al mundo del inconsciente.

Lo primero que recordó fue un episodio de su infancia cuando solía construir casas y castillos con piedra y fango. Este recuerdo sirvió de conector con su parte más genuina y creativa, por lo que decidió revivir ese momento retomando esta actividad de “construcción”. Empezó a crear una ciudad en la cual colocó una iglesia, pero notó que se resistía a colocar el altar. Un día, caminando cerca del lago, encontró una pequeña piedra piramidal de color rojo, y al verla comprendió que debía tratarse del altar. En el momento que la colocó en su sitio, volvió a su mente el recuerdo del falo subterráneo que había soñado de niño, y sintió un gran alivio. Parecía que el inconsciente lo estaba guiando a la comprensión de aquellas cosas que en el pasado no habían tenido respuesta.

A medida que realizaba esta actividad de construcción, sentía que sus pensamientos se aclaraban y que se encontraba en el camino adecuado para descubrir su propio mito. Desde este momento Jung afirma que a lo largo de su vida, en los momentos de oscuridad, recurría a la creatividad como una puerta de entrada a los pensamientos e ideas que quería desarrollar.

En el otoño de 1913, el sentimiento de opresión interna parecía cobrar vida externamente a través de hechos concretos. Se le comenzaron a presentar visiones repetitivas que profetizaban una gran catástrofe de tipo colectivo donde predominaban contenidos de muerte y acontecimientos de sangre, mientras que una voz interna le aseguraba que todo lo que percibía era cierto. Jung no lograba explicar estas visiones y llegó a pensar que estaba psicótico. Las visiones duraron casi un año, con intervalos de meses entre unas y otras; todas aludían al mismo contenido. En Agosto de 1914 comenzó la primera guerra mundial. En ese momento Jung comprendió que existía una conexión entre su experiencia personal y la colectiva, por lo que sintió la necesidad de explorar a fondo su propia psique y comenzó a anotar todas las fantasías que le llegaban en sus momentos de juego y construcción, cuando daba rienda suelta a su creatividad.

Comienza un período en el cual es invadido por toda clase de fantasías e imágenes, afirmaba sentirse indefenso ante este mundo difícil e incomprensible pero a la vez intuía la protección convencido de tener que obedecer a una “voluntad superior”. Recurría a ejercicios de yoga para dominar sus emociones y encontrar calma para así sumergirse de nuevo en su enfrentamiento con el inconsciente. Traducía sus emociones en imágenes, en un intento por entenderlas y no ser poseído por ellas. Esta vivencia le sirvió de herramienta para el proceso terapéutico, es decir: no quedarse en la emoción sino llegar a las imágenes subyacentes.

Jung concebía este choque con el inconsciente como un experimento científico sobre sí mismo, donde las mayores dificultades radicaban en el dominio de sus sentimientos negativos así como en la incomprensión del material que surgía de su psique, lo que le producía resistencia, oposición y temor. Temía perder el control y ser poseído por los contenidos del inconsciente, pero al mismo tiempo sabía que no podía pretender que sus pacientes hicieran aquello que él no podía hacer consigo mismo. A pesar que consideraba una experiencia penosa someterse a esto, sentía que el destino se lo exigía. Obtenía las fuerzas para enfrentarse en esta lucha en la idea que no era sólo por su bien, sino por el de sus pacientes. Por otro lado, la familia y la actividad profesional fueron ingredientes indispensables para ayudar a Jung en todo este proceso. Ambas le recordaban que era un hombre común. El mundo real y cotidiano complementaba su extraño mundo interior y representaba la garantía de su normalidad. Jung afirma que esto marcó la diferencia entre él y Nietzsche, quien había perdido el contacto con la realidad y vivía sumergido en su mundo interno caótico.

Surgieron entonces dos imágenes importantes. La primera aludía a transformación, muerte y renacimiento, mientras que la segunda le sugería que debía dejar de identificarse con el héroe, aniquilar su actitud consciente y apartar la voluntad. Es decir, abandonar las demandas del Ego para poder acceder a la conciencia transpersonal.

En otra imagen encontraba a dos figuras bíblicas: Elías y Salomé - acompañadas por una serpiente negra- quienes afirmaban que pertenecían a la eternidad. Jung interpretó estas figuras como la personificación de Logos y Eros. Sin embargo sentía que esta era una explicación demasiado intelectual por lo que prefirió pensar que eran la manifestación de procesos profundos del inconsciente.

Posteriormente aparecería en sueño otra figura llamada por Jung “Filemón”. Era un viejo con cuernos y alas de martín pescador, que llevaba consigo 4 llaves. Con él, Jung conversaba y Filemón le decía cosas que le eran desconocidas, le enseñó la “objetividad psíquica”, lo que ayudó a Jung a distinguir entre sí mismo y los objetos de sus pensamientos. Para Jung esta imagen representaba una inteligencia superior, un gurú espiritual que le comunicaba pensamientos iluminados. Más tarde surgió la imagen de “Ka” quien representaba una especie de demonio de la tierra, un espíritu de la naturaleza, que en cierta medida complementaba la figura de Filemón.

Mientras Jung anotaba sus fantasías, se preguntaba qué era en realidad lo que estaba haciendo, ya que ciertamente no se trataba de ciencia. Una voz femenina que provenía de su interior -que Jung asociaba con la voz de una de sus pacientes- le respondió que “era arte”. Él se oponía a pensar que fuera arte, sin embargo dejó fluir a esta “mujer interior”, aunque se sentía asustado ante esta presencia desconocida. La llamó “anima”, refiriéndose a la figura interna femenina arquetípica del hombre, mientras que el “animus” representaba la figura masculina. Describió los aspectos negativos del “anima” como seducción, astucia y ambigüedad pero con la cualidad de ser la mediadora entre la conciencia y el inconsciente. Jung afirma que durante años se sirvió de su “anima” para acceder a los contenidos de su inconsciente, mientras que en su vejez ya no recurría a ella porque lograba captar estos contenidos de forma directa.

A través de su “anima”, Jung lograba establecer un diálogo con el inconsciente, acceder a los contenidos del mismo y disminuir la autonomía que ejercía sobre su persona. El poder que tenían las imágenes se volvió menos violento. Ya no había un asalto del inconsciente hacia la conciencia, sino que se establecía un intercambio dinámico creativo.

Estas fantasías Jung las escribió en el “Libro Negro” y posteriormente en el “Libro Rojo”, en el cual se encuentran sus mandalas y las ilustraciones realizadas por él mismo. Sin embargo sentía que no lograba poner en palabras aquello que experimentaba, por lo que prefirió dedicarse en profundidad a la comprensión de las imágenes para así sacar conclusiones concretas de los mensajes que el inconsciente le sugería. Esta fue la tarea de su vida, ya que sentía una responsabilidad moral. Afirmaba que el hombre no puede limitarse a ver surgir las imágenes y sorprenderse ante ellas, debe comprenderlas porque de otro modo está condenado a vivir de forma incompleta. “Es grande la responsabilidad humana ante las imágenes del inconsciente”.

En 1916 Jung experimenta una nueva visión: su alma volaba fuera de él, lo que interpretó como la posibilidad de conectarse con la tierra de los muertos, de los antepasados o del inconsciente colectivo. Poco después de esta visión percibía la presencia de espíritus que habitaban la casa -también sus hijos los percibían-, hasta que una tarde los espíritus tocaron el timbre gritando “Regresamos de Jerusalén, donde no encontramos aquello que buscábamos”. Jung entonces escribe durante tres noches los “Septem Sermones ad Mortuos” y posteriormente los espíritus desaparecieron. Afirma que esta experiencia debía ser tomada por lo que fue: la manifestación externa de un estado emotivo favorable a la aparición de fenómenos parapsicológicos. La evasión de su alma lo había conectado con los espíritus. Estos escritos, que son diálogos con los muertos, Jung los considera una preparación de aquello que debía comunicar al mundo acerca del inconsciente y sus contenidos.

En este período Jung se encuentra frente a una encrucijada: o seguir aquello que le dictaba su mundo interno, o continuar con su profesión académica. Consideraba que no podía seguir enseñando a los estudiantes cuando en su interior había sólo dudas. Decide entonces dejar su puesto como docente en la universidad porque “sentía que me estaba ocurriendo algo grandioso”, y él necesitaba descubrirlo o entenderlo antes de poder compartirlo públicamente. Como consecuencia de esta decisión, inicia un período de soledad ya que no puede compartir sus pensamientos con los demás: no lo hubieran comprendido. Ni siquiera él lograba entender las contradicciones entre su mundo interno y el externo. Sólo cuando pudiera demostrar que los contenidos psíquicos eran reales y colectivos, entonces, en ese momento podría comunicar su nueva visión sobre la psique. El riesgo era grande, ya que si no lo comprendían quedaría totalmente aislado.

Entre los años de 1918-19 empezó a salir de la oscuridad en la que se hallaba, y esto lo atribuyó a dos factores: por un lado, se distanció se la voz femenina que quería convencerlo que sus fantasías eran de valor artístico y por otro, comenzó a comprender los mandalas. Todos los días dibujaba pequeñas figuras circulares a través de las cuales observaba sus transformaciones psíquicas. Las consideraba la totalidad del “Self”. A medida que las dibujaba se planteaba la finalidad de esta actividad, pero sabía que no podía comprender el significado a priori, sino a través del proceso en sí. Se daba cuenta que el desarrollo de la psique no era un proceso lineal sino circular, que “todo tiende hacia el centro”. Esta certeza le permitió encontrar paz interior y estabilidad. Era como si él mismo estuviera encontrando su propio centro.

En 1927 tuvo un sueño que confirmaba esta idea y lo representó a través de un mandala que tituló “Ventana hacia la Eternidad”. En el sueño Jung se encontraba en una ciudad de forma circular, en un ambiente nublado y oscuro, en compañía de algunos suizos. A pesar de este ambiente opaco, en el centro de la ciudad había una plaza con una pequeña isla en el centro donde se hallaba un árbol de magnolias que tenía luz propia. Sólo Jung había notado esta presencia de luminosidad, y entonces comprendió que esa era la meta. Respecto a este sueño Jung afirma ” El centro es la meta y todo se dirige hacia el centro. Gracias a este sueño comprendí que el “Self” es el principio y el arquetipo de la orientación y del significado… reconocerlo para mí quiso decir tener la intuición inicial de mi propio mito”.

Sin esta imagen hubiera perdido la orientación y abandonado el camino que había iniciado, después de tanta oscuridad dicha imagen debía concebirse como un “acto de gracia”, como la manifestación de lo numinoso.

Al año siguiente dibujó otro mandala que tenía un castillo de oro en el centro, la forma y los colores le sugerían un estilo chino. De manera sincrónica R. Wilhelm le enviaba una carta con un manuscrito de un tratado de alquimia taoísta titulado “El misterio de la flor de oro”. Esta coincidencia ayudó a Jung a salir de su soledad, ya que le daba la esperanza que existían personas con las cuales podía tener afinidad y compartir sus ideas.

Para Jung estos fueron los años más importantes de su vida: sin cortar los lazos con su realidad de hombre común y a pesar de la soledad, tomó el riesgo de sumergirse en su propia oscuridad tratando de encontrarle un significado y una finalidad a todo aquello que experimentaba. Asumió la responsabilidad de analizar y comprender el material que el inconsciente le proporcionaba y fue en la búsqueda de su propio mito.


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