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CAMBIE DE RELACIÓN...

Por Fabián Mozzati

Desarrollo Personal - Misión


Cada uno de nosotros tiene una relación especial con el tiempo: las cosas de nuestro pasado, del presente, y las que puedan suceder en el futuro, no nos son “indiferentes”. Al igual que ocurre con nuestras relaciones interpersonales, la relación con el tiempo puede ser fuente de felicidad y satisfacción... o de angustia y estrés.

Además de influir en nuestras emociones y en nuestra calidad de vida, la relación con el tiempo condiciona nuestra capacidad para utilizarlo productivamente y administrarlo convenientemente.

Podemos tener dos tipos de relaciones con el tiempo: pasiva o activa. Cuando tenemos una relación pasiva, nos sentimos esclavos del tiempo, con una ínfima posibilidad de influir sobre él. Esta pasividad se refleja -concretamente- en la forma en que nos relacionamos con el pasado, el presente y el futuro:

Tenemos una relación pasiva con el pasado cuando vivimos arrepentidos por las oportunidades perdidas y los errores cometidos, “torturándonos” acerca de aquello que hicimos, que dejamos de hacer, o que debimos haber hecho. También, cuando vivimos recordando “glorias del ayer” y pensando que “todo tiempo pasado fue mejor”: por ejemplo, pensamos en todo aquello que hacíamos cuando éramos más jóvenes. Nuestra pasividad se manifiesta también cuando nos sentimos “condenados” a actuar de acuerdo a ciertos determinismos, sin posibilidad de superar viejos traumas, heridas, hábitos, o actitudes. Es decir, cuando vivimos resignados a que nuestro presente y nuestro futuro estén determinados por nuestra historia.

Tenemos una relación pasiva con el presente cuando permitimos que las circunstancias, estados de ánimo y problemas actuales definan nuestras posibilidades. Al hacerlo, nos negamos a ver más allá de algunas limitaciones temporarias y permitimos que una perspectiva estrecha guíe nuestras acciones. También nos relacionamos pasivamente con el presente cuando vivimos pretendiendo obtenerlo o hacerlo todo, sobre-saturándonos de tareas y compromisos e impidiéndonos disfrutar de aquello que hacemos. La inacción producto de la postergación -o de la indecisión- para lograr nuestros propósitos, es otra señal de pasividad ante el presente.

Tenemos una relación pasiva con el futuro cuando vivimos preocupados por aquello que puede suceder, especulando e imaginando posibles escenarios, paralizándonos ante el fatalismo, o lanzándonos inconscientemente ante el triunfalismo. También, cuando vivimos apurados por llegar a ciertos lugares, por completar determinada tarea, impacientes ante las esperas, bajo la continua presión de que el tiempo no alcanzará. Vivir a la expectativa de un “milagro” -o de algún factor externo- que cambie nuestras circunstancias, es otra señal de pasividad ante el futuro.


Estas formas pasivas de experimentar el pasado, el presente y el futuro nos impiden utilizar el tiempo a nuestro favor y nos obligan a vivir bajo un gran estrés.

Afortunadamente, tenemos la capacidad de transformar una relación pasiva en una activa. Cuando lo hacemos, nos sentimos mucho más en control del tiempo y potenciamos el uso de este recurso. Para construir una relación activa con el tiempo, necesitamos modificar la manera en que nos relacionamos con el pasado, el presente y el futuro:

Podemos tener una relación activa con el pasado si vemos nuestra experiencia, como un “banco de lecciones” que nos ayuda a enfrentar las dificultades, retos y elecciones que tenemos por delante. También, si comprendemos que no tenemos por qué perpetuar aquellos hábitos del pasado que nos impiden lograr nuestros objetivos actuales. Otra forma de relacionarnos activamente con el pasado es crear espacios para curar las heridas que arrastramos, perdonar y perdonarnos. Cuando construimos una relación activa con el pasado, vemos la historia -nuestra y de nuestro entorno- como un recurso de aprendizaje y no como un determinismo.

Podemos tener una relación activa con el presente si trabajamos para crear las condiciones que nos permitan cumplir nuestras metas. Por ejemplo, si deseamos tener una mejor salud, dejamos de fumar hoy; o si pretendemos conseguir un mejor trabajo, comenzamos a capacitarnos ya mismo. También podemos lograr esta relación si actuamos para revertir nuestros condicionamientos y modificar aquellos hábitos inefectivos que arrastramos del pasado. Finalmente, si decidimos “estar presentes” en las cosas que hacemos, concentrados, con los ojos, la mente y el corazón abiertos para aprovechar a pleno la experiencia.

Podemos tener una relación activa con el futuro si identificamos nuestras metas y clarificamos nuestra visión. Comprender qué necesitamos, qué deseamos y qué posibilidades tenemos frente a nosotros, nos lleva a actuar en una dirección constructiva y responsable, en lugar de ir a la deriva esperando que “algo” o “alguien” actúe por nosotros. Para construir esta relación necesitamos estar lo suficientemente “alertas” como para identificar y aprovechar oportunidades que puedan conducirnos en la dirección deseada.


Utilicemos el pasado, el presente y el futuro, para construir la vida que queremos vivir. Cambiemos nuestra relación con el Tiempo: dejemos de relacionarnos pasivamente y comencemos a hacerlo activamente! Esto nos permitirá orientarnos a la acción: para aprender, planificar, decidir, disfrutar... y crecer.

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