Conflictos: más vale prevenir que curar
Hoy día, lo más difícil para muchos seres humanos no es la mera supervivencia, sino convivir y relacionarse de una forma armónica. A lo largo de la vida, es normal que surjan conflictos de intereses, porque tenemos objetivos opuestos o, precisamente, porque queremos obtener los mismos objetos limitados: espacio, propiedades, puestos de trabajo, plazas de aparcamiento..., o simplemente que se reconozca nuestra opinión.
Las grandes aglomeraciones urbanas y la cultura dominante basada en la competitividad no ayudan a crear un estado personal de calma y confianza, sino que fomentan, por el contrario, una especie de tensión y de beligerancia crónicas. Este estado de crispación latente condiciona nuestros miedos a la relación transparente y suscita gran número de los choques personales que se producen a nuestro alrededor. Proliferan las denuncias, las demandas y los juicios, porque el vecino pone el televisor demasiado alto o porque su perro hizo sus necesidades frente a la puerta del inmueble.
Los tribunales de justicia de todo el mundo dictan diariamen-te miles de sentencias sobre litigios en los que no se intentó o no se pudo llegar a una conciliación previa. Ciertamente es más civilizado entablar un proceso que resolver las diferencias a cuchilladas o desencadenar una guerra. Pero mi prima Angélica, que se sabe de memoria el refranero, no deja de sentenciar cuando se entera que alguien anda en los Juzgados: "Más vale un mal apaño, que un buen pleito". Es así como nunca ha perdido el apetito ni ha padecido de insomnio en su vida. Tal vez se deba a la lectura asidua de uno de sus libros preferidos: El arte de la guerra, del clásico chino Sun Tzu, cuya filosofía de fondo consiste en que la mejor victoria es la que se obtiene sin guerrear.
El conflicto como síntoma
Los conflictos son síntomas de situaciones latentes y larvadas. Es difícil que surjan sin un caldo de cultivo, ya sea éste un estado emocional no abordado o una situación injusta largamente soportada. A veces creemos que podemos resolverlos por las bravas, pero si no eliminamos sus causas subyacentes volverán a manifes-tarse de forma recurrente. Es igual que intentar curar una bronquitis con caramelos para la tos.
La primera regla para evitar la proliferación de disputas es examinar la propia actitud ante la vida. Hay personas que conciben las relaciones como un combate permanente. Pero muchas veces las verdaderas batallas que hay que librar están en otra parte; a veces se lleva al trabajo la insatisfac-ción de una relación de pareja o se proyecta en la familia el desencanto de una situación laboral. Por ello, no está de más poner constantemente en orden nuestros deseos contra-puestos, ya que en estos casos es la propia confusión la verdadera raíz del conflic-to y el detonante es un simple pretexto.
También es aconsejable no lanzarse a expresar un desacuerdo sin haber comprendido claramente la posición del otro y sin asegurarse de cuál es exactamente el punto sobre el que se difiere. Sin embargo, no es lo mismo una simple desavenencia o la expresión de una opinión contraria que un verdadero conflicto. Éste se desencadena en muchas ocasiones, precisamente por haberlo intentado evitar mediante la huída. Estos comportamientos típicamente "evitati-vos" por miedo a la confronta-ción pueden constituir paradójicamente la verdadera raíz de un conflicto a largo plazo.
Más vale expresar las diferencias día a día que acumularlas y explotar cuando no se puede más. Los conflictos latentes se somatizan y se acumulan en el cuerpo. Aquella cólera no expresada en su momento se manifiesta en dolores de garganta ante una situación parecida, o el estómago se encoge ante una crítica injusta indebidamente "tragada".
No obstante, cuando las cosas se ponen difíciles y amenaza tormen-ta, más vale abrir el paraguas y esperar a que escampe. Ésta es al menos la tradición popular: de nada vale amenazar a las nubes cuando nos mojan, sobre todo si hay vecinos encantados por el engorde de sus cosechas. Pero una cosa es no luchar contra molinos de viento en situaciones irremediables o en momentos inoportunos, y otra bien distinta es no expresar nuestro desacuerdo con la mayor claridad y diplomacia posible en el momento adecuado.
El tao del conflicto
En toda situación conflictiva existen cuando menos dos partes enfrentadas y un punto de desacuerdo. Si en lugar de encerrarnos en nuestra posición, conside-ramos que se ha creado una situación dinámica, de la que nosotros sólo somos un elemento, tal vez podamos danzar creativamente en lugar de aferrarnos a nuestra imagen, a nuestros intereses o al deseo de ganar a toda costa.
Antes de que el conflicto abierto eche a rodar por la pendiente de lo imparable, hay que intentar remontar el vuelo, tomar distancia y ver la situación como lo que es: un proceso en desarrollo cuyo curso no está siempre predestinado. Aunque sea difícil distanciarse, porque estamos demasiado implicados en el dolor que produce una confrontación o en la angustia de su resultado incierto, el intento merece la pena. Para ello, existen ciertas tácticas que son de gran ayuda.
Ante todo, cerrar el grifo de los monólogos cargados de justificaciones y demandas e intentar establecer un diálogo dinámico de sumas y no de restas, de "además" y no de "peros".
Ceder todo al principio puede ser un buen medio de ganarlo todo al final. Recientemente un consultor financiero experimentado y abierto quiso abrir la sede de una asociación privada en un inmueble de lujo. Los vecinos tradiciona-les de toda la vida, desconfiados ante cualquier novedad, pusieron toda clase de pegas y propusieron una gran cantidad de limitaciones a los estatutos. El recién llegado fue accediendo a cada sugerencia sin ninguna resistencia. Al final, desarma-dos ante esta muestra de confianza inusual, acabaron admitiendo la propuesta original.
Cuando se formula una crítica, es mejor hacerlo con matices y no con fórmulas absolutas. En un entorno laboral, por ejemplo, más vale hacerlo en privado que poner al jefe, al compañero o al subordina-do en evidencia delante de toda la plantilla. En todo caso, siempre conviene dejar una vía de salida. No es lo mismo decirle a un colaborador o a un subordinado que su trabajo "es una m...", que comunicarle: "podrías superarte" o "esperamos más de tus capacidades la próxima vez". Es muy diferente decirle al jefe "por ahí no paso", que hacerle ver la dificultad y la falta de eficacia general para la empresa que supondría aceptar, por ejemplo, una nueva tarea sin contraprestación alguna.
En las relaciones sentimentales, hay que escuchar y ponerse en el lugar de la pareja, siguiendo un viejo dicho de los nativos americanos: "Si quieres comprender a quien tienes enfrente de ti, has de andar varias jornadas en sus zapatos". De este modo nos es más fácil expresar lo que nos duele, que reprochar o intentar que el otro cambie.
Ante una diferencia insalvable, más vale negociar soluciones alternativas que hacer una ruptura definitiva, salvo que nos vaya en ello la salud y no encontremos otra salida. Toda negociación supone ceder algo. No se puede ganar todo siempre, si tenemos en cuenta que no existe una verdad eterna e inmuta-ble, sino la verdad del momento y de las circunstancias. Desvelar esta verdad, que incluye todos los puntos de vista en cuestión, supone un esfuerzo de madurez y es una muestra de sabiduría.
La información y el humor como disolventes
Obtener el máximo de información sobre uno mismo, el otro y la situación es la estrategia más sabia para que no haya vencedores ni vencidos. En lugar de afirmarse, es mejor preguntar, en lugar de sospechar o imaginar, confirmar. Estar en desacuerdo obliga a reflexionar sobre conceptos y definiciones; a hacer un ejercicio de rigor y de apertura al mundo subjetivo de la otra parte y una indagación en nuestros propios prejuicios.
Toda comunicación se establece en un contexto en el que cuenta el lugar, los antecedentes, las intenciones, los gestos, el tono de voz... No se trata sólo de emitir y recibir como un frío telégrafo. Cuando palabras, gestos e intenciones se corresponden, podemos estar seguros de tener una comunicación armónica. Pero si mezclamos los rencores pasados, las expectativas no expresadas, la antipatía no manifestada o la úlcera no curada, todo corre el riesgo de acabar en una incomuni-cación absoluta, cuando no en una batalla campal.
Para prevenir los conflictos es esencial conocer la cultura de nuestro interlocutor. Esto se hace obvio cuando se trata de relaciones entre miembros de distintas culturas. Hace años, tuvieron que editar en Nueva Zelanda un folleto a la intención de los empresarios que empezaban a contratar operarios polinesios, fundamen-talmente de las Islas Tonga. Aquéllos quedaban contrariados cuando éstos lo primero que hacían al entrar en un despacho era sentarse sin haber sido invitados a ello. Lo que los neozelandeses consideraban una falta de cortesía era todo lo contrario, pues en la cultura polinesia es imperdonable permanecer en pie, y por lo tanto en un plano superior, cuando la persona de más autoridad está sentada.
Desarrollar el sentido del humor es esencial para derrumbar los propios castillos de nuestra imagen de víctima. Una frase festiva o una buena broma pueden impedir que cuajen esas situaciones densas de tensión en las que se masca la tragedia y que presagian oscuras tormentas.
Llegar al fondo
En realidad, se pierde más cuanto más nos aferramos a una imagen, a un estatus, a un objetivo fijo. Tenemos la costumbre de reaccionar en la dualidad huída-enfrentamiento, cuando es más eficaz escuchar e integrar y, a continuación, valorar y decidir. Es mejor tomar conciencia de cuál es nuestra responsa-bilidad, nuestro poder y el de la otra parte en cada momento.
Teniendo en cuenta que las habilidades de comunicación son escasas, numerosos los juegos de poder y casi nulos los entornos amorosos, constituye todo un desafío el hacer que las discrepancias jue-guen a nuestro favor; en el fondo, éstas constituyen una ocasión excelente para conocernos mejor y adquirir experiencia, paciencia y sabiduría.
En definitiva, la forma más decisiva de trascender el conflicto es entrar en nosotros hasta conectar con esa parte de cada uno que está en el otro y viceversa. Cada nueva situación, cada persona nos plantea en el fondo la pregunta esencial: "¿Quién eres tú?", es decir, quién es uno más allá de los roles que jugamos, de las palabras pronunciadas o de las decisiones adoptadas en cada circunstancia. Toda discrepancia constituye una oportunidad para ampliar el conocimiento de nuestra verdadera identidad, para pasar de un "yo" aislado y enfrentado a un "yo-tú-nosotros" en interconexión y armónico. El camino de la armonía interna y de la paz externa pasa por una actitud de justicia, en la que ambas partes ganen, pues si sólo una gana, a la larga, ambas partes pierden.
Diez reglas de oro para evitar y solucionar los conflictos
.- Cambiar los monólogos internos por el diálogo integrador.
.- Englobar siempre la posición del otro en cualquier situación de tensión.
.- Clarificar exactamente aquello con lo que no se está de acuerdo y expresar el desacuerdo en el momento adecuado, en lugar de acumular tensiones y resentimien-tos.
.- No hacer afirmaciones tajantes que obstruyan cualquier salida honorable.
.- Evitar las compensaciones emocionales expresadas con enfado o sentimientos de víctima, que se formulan con frases hechas como "no hay derecho", "no vale de nada", "todos están locos".
.- No culpabilizar a los demás de nuestros sentimientos, aun cuando estén condicionados por la situación conflictiva. Sólo nosotros somos responsables de ellos.
.- Tomar conciencia de que obtener la "razón absoluta" volverá a reproducir nuevos conflictos y de que cualquier concesión relativa es creativa a largo plazo.
.- Aprender a estar en desacuerdo de una forma madura y disfrutar de ello, sabiendo que esta actitud conducirá a un nuevo proceso enriqueci-do.
.- Buscar siempre soluciones alternativas y negociarlas con diplomacia y humor.
.- Tener siempre presente que en cualquier conflicto, nosotros sólo somos una de las partes implicadas de un proceso más amplio que implica, un desacuerdo, otra parte y una solución que está siempre por descubrir.
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