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Relaciones patológicas


No es el Paraíso un amor enfermizo, es más bien el infierno del sufrimiento eterno.

Existen relaciones patológicas que de algún modo parecen satisfacer el masoquismo de mucha gente.

Más que amor es desamor, dolor y frustración; sin embargo algunos lo soportan con estoicismo, porque piensan que peor es nada.

Existen parejas que se encuentran y entablan un vínculo casi perfecto. Ambos se aman, se demuestran mutuamente el afecto y se respetan, pueden compartir sus proyectos y se permiten tener los propios; y esa armonía los hace sentir felices a los dos.

Pero también existen parejas que no encuentran la forma de establecer una relación sana, generalmente por problemas emocionales no resueltos que perturban la posibilidad de una buena convivencia.

El abuso de alcohol, así como cualquier otra adicción, suele ser una de las causas más comunes y graves que impiden una vida en común sin tropiezos.

Cuando se detecta este hábito en el otro, lo más conveniente es plantear el tema antes de llegar a comprometerse más afectivamente.

Si no hay una buena disposición en este sentido lo mejor es que la relación no prospere, ya que las adicciones no se curan; y sólo se logra la recuperación, cuando el adicto tiene una verdadera motivación para liberarse del hábito.

Conocer a la pareja con quienes existe la posibilidad de convivir, es una condición necesaria para evitar profundizar el vínculo y arriesgarse a mayores sufrimientos.

Los malos hábitos son difíciles de ocultar aún en los primeros encuentros; como por ejemplo, los hombres “mirones”, que no dejan de mirar a todas las mujeres que pasan con aire seductor.

La afición por el juego también es otra característica que resulta casi imposible mantener en secreto. Un jugador siempre se interesa por los resultados de las carreras y por los números que salieron premiados en la lotería. Si está de viaje lo primero que visita son los casinos y cuando se encuentra con sus amigos es para jugar a las cartas.

El tipo de personalidad es bastante fácil de evaluarla durante los primeros encuentros.

La personalidad que adquiere una persona, es la estructura formada por el temperamento básico innato, que es inmodificable; y por el carácter adquirido.

El carácter se forma en el hogar y tiene absoluta influencia la relación que la persona haya tenido con los padres.

La gente joven es idealista y siente el deseo de ayudar a la persona que cree amar o que le gusta. Pero el cambio sólo es posible si esa persona está dispuesta a hacerlo y no porque otro lo pretenda.

Cambiar es lo más difícil del mundo. Pocas personas cambian, la mayoría prefiere ser como es y aunque esa forma de ser malogre tanto sus relaciones afectivas como laborales, prefieren seguir comportándose de la misma manera siempre.

Establecer vínculos enfermizos se relaciona con la baja autoestima; porque cuando una persona no se valora lo suficiente cree que tampoco se merece lograr una pareja estable que la haga feliz.

Prefieren el refrán que dice: “Peor es nada” que el que sostiene que es “Mejor estar solo que mal acompañado”; y no se dan cuenta que un amor enfermo puede transformar la vida en un calvario..

Las mujeres golpeadas eligen siempre al mismo tipo de hombre agresivo y violento. Es frecuente comprobar que hay mujeres que han sido golpeadas por todas las parejas que ha tenido. Es el modo de relación en que se utilizan los golpes para poder comunicarse.

Todo golpeador tiene una pareja que se deja golpear y que salvo en raras excepciones lo denuncia.

Muchas veces, sólo después de una paliza hacen el amor, porque es una relación con características sadomasoquistas.

Las motivaciones para elegir pareja están condicionadas por el vínculo que se estableció con los padres.

Se busca a una persona que se parezca al padre o a la madre que se han tenido o a los padres que se hubieran querido tener.

No se puede asumir la responsabilidad de cambiar a una persona para que sea como se pretende. Cada uno es como es y hay que aceptarlo o dejarlo.

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